Cómplices

Lunes, 19 de marzo de 2012


Hay días en que la emoción puede con todo.
Y el caso es que son jornadas, como la de hoy, que amanecen con un punto de monotonía que se agradece, esa sensación de que después de un buen dormir y una mañana trabajando sobre algunos versos, va a discurrir plácida, sin sobresaltos.
Cuando uno no espera nada, pues todo lo recibe cada día, encontrarse, ya con la noche señoreando la ciudad, con esa carta sobre la cama, es algo así como haber hallado, no el mapa del tesoro, sino el tesoro completo lleno de diamantes, esmeraldas, rubíes, gargantillas y pulseras de oro…
Las palabras que hoy mi hija menor me ha dejado en un folio, las llevaré prendidas siempre en el alma. No porque sirvan para justificar una parte de la existencia, que también, sino para demostrarme cada vez que las lea que su corazón no tiene precio. Ella que es como la pólvora, sin embargo, también sabe aquietar el paso, templar la mirada y escrutar el mundo llegando muy al fondo.
Ser padre de estas hijas es una suerte y un orgullo. Cualquiera lo haría bien.