Quizá la única conclusión que merezca la
pena de todas a las que voy llegando en este tiempo que se está destinando a la revelación, es que lo
peor que me puede suceder no es el rechazo, o la falta de aplauso, o la
incomprensión.
Nadie puede pretender gustar a todo el mundo, ni
siquiera se puede pretender agradar en cada momento incluso a quienes
normalmente sintonizan con mi onda.
Lo peor que me puede suceder es escribir como si
tuviera prisa. No me refiero a escribir mucho o poco, sino hacerlo con prisas,
sin poner cada uno de los cien sentidos en el proceso. Hacerlo con una
precipitación que parezca que Dios, cualquier dios, o el Diablo, cualquier
diablo, me hubiera amenazado o me hubiera dictado una sentencia inapelable y de
inmediata ejecución.
Lo único necesario, lo único justo, lo único
certero, lo único que se acerca a la honradez, es ser sincero con uno mismo y
trabajar disfrutando de la tarea, con la precisa conciencia de que esa labor es
la que me corresponde.
No hay ninguna otra, porque cualquiera diferente le
pertenece a otro, y no soy nadie para usurparla.
El resto (aceptación, comprensión, aplauso...) está fuera de mi jurisdicción, supongo
que por suerte, aunque no termine de entenderlo.