En
ocasiones se leen novelas o se ven películas a las que uno tilda de inverosímiles por la aparente
imposibilidad de la trama propuesta. A veces, cuando uno ha escrito una novela, no se ha atrevido a plasmar algunas ideas, por disparatadas, por poco creíbles,
porque uno piensa que alejarían al lector de su texto para siempre.
Pero, de
pronto, un sábado al mediodía, la existencia te sitúa ante relatos cuyo
contenido parece salido de la mente desbocada y verbosa de un mal escritor o
guionista. A nuestra consideración aparecen biografías y vidas que podrían
servir como esqueletos o semillas de novela que, probablemente, nunca me
atreveré a escribir por increíbles o imposibles.
Sin embargo he
de aprender para siempre que la vida nunca se desboca, ni es excesivamente
verbosa. La vida y las personas tenemos tantas caras y tantas posibilidades que
parecemos poliedros inclasificables, porque nuestras facetas son infinitas. Desde ese punto
de vista, somos ‘infinitoedros’ de
trayectoria impredecible. Novelas inverosímiles que viven junto a nosotros su
realidad.
¿No será, que
lo inverosímil es la realidad y no sus relatos de ficción?