No
quisiera hoy dar ideas. Tampoco quisiera parece paranoico, pero hay días en que
uno se asoma al mundo desde las ventanas a las que tiene acceso, y
parte de este planeta, la que más me interesa, porque es la que soporta los
latidos de mis pies, parece que en menos de una semana ha retrocedido
veinticinco o treinta años, (café arriba, café abajo, ya que mi bebida favorita
es la usada como unidad métrica por algún político).
Pero este
retroceso no ha concluido. La senda por la que pretenden que entremos a modo de
rebaño obediente y silencioso, es el camino que conduce hacia el neo-vasallaje.
Desean de nosotros aquiescencia absoluta. Sólo les interesamos en cuanto que músculos
disponibles para que el funcionamiento de la maquinaria cruel que poseen no se
detenga.
De momento han
comenzado por ocupar sin disimulo los medios de comunicación de masas para que
sus consignas penetren constantemente a través del vetusto método de la repetición
tenaz y persistente, en aplicación de la vieja máxima que siempre funciona: una
mentira repetida hasta la saciedad, acaba por convertirse en verdad.
Formar la razón,
sentar las bases necesarias para que la libertad de pensamiento (madre de la libertad de expresión) sea una realidad, no sólo no les
interesa, sino que contraviene peligrosamente sus planes. La igualdad de
oportunidades que permite cierta movilidad dentro de los niveles sociales, es
uno de sus peores enemigos. Ya está bien, parecen decir, que haya hijos de
albañiles que puedan acabar siendo arquitectos. No es que no necesiten nuestros
cerebros, es que los odian, o los temen que es aún peor. Sólo hay una excepción:
las mentes que continúen elaborando sus razonamientos son imprescindibles, al
menos de momento. Quizá, con el tiempo, ni éstas les hagan falta.
Pero aún somos
peligrosos para ellos. Aún sabemos algunas cosas, aún recordamos tiempos un
poco menos canallas. Y reaccionan: la resistencia pasiva podrá ser delito y, en
consecuencia, podría llevar aparejada pena de cárcel. Aplicación directa de la estrategia del miedo. Necesitan súbditos atemorizados. Y tampoco olvidan otra
estrategia muy bien contrastada en los últimos veinte o treinta siglos de
historia: entretener al pueblo cansado. Antaño era menester desplazar a ese
pueblo al circo, hoy ni siquiera hace falta sacarlo de casa.
De nosotros únicamente
necesitan la musculatura, si acaso alguna habilidad manual En el instante en
que nuestro organismo decaiga, dejaremos de ser productivos, por tanto somos un
gasto para el sistema. Comenzarán en breve (estoy seguro) a inundar nuestros días
con soflamas a favor del crecimiento de la natalidad, pues necesitan personas,
más personas en plenitud de facultades físicas, pero también empezarán a permitir
que la ancianidad (la nuestra, como siempre, nunca la suya) se compare con una
enfermedad virulenta y contagiosa. Oficialmente no apretarán ningún gatillo
para convertirnos en cadáveres, pero nos dejarán a nuestra suerte, rogando para
que el proceso de deterioro natural sea rápido y eficaz.
En la selva el
individuo enfermo o débil o gastado es presa de los depredadores. Es la ley
implacable de la selva. Por el contrario, en la supuesta civilización
judeo-cristiana-occidental, los individuos débiles, enfermos (incluso los
enfermos crónicos) y desgastados han de ser protegidos. Como suelo repetir (y
cualquiera que sepa un poco de senderismo en grupo, o de pedagogía sabrá a lo que me refiero), para que
un colectivo avance, el paso que ha de marcarse es el que pueda seguir el más débil;
es de él de quien han de preocuparse los demás. Las sociedades más libres, más avanzadas, más democráticas son las que tienen como pivote de su funcionamiento el cuidado de los más desfavorecidos. Ese era el camino trazado en Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
Creo que hoy, cualquiera que haya leído la prensa o escuchado las noticias, tiene claro que más
que nunca nuestra casa se ha convertido en cruel jungla. Probablemente ni
siquiera valga el grito de sálvese quien pueda.
Es casi
imposible salvarse.
Hoy también se
conmemora un siglo de la muerte de Bram Stoker, el escritor que dio vida a Drácula.
El autor falleció, sí, pero no su criatura. Y su monstruo sigue haciendo de las
suyas. Ahora es más poderoso, pues se trata no de un individuo, sino de un
colectivo sin entrañas de misericordia, sin alma. Es un ser insaciable, siempre hambriento y sediento.
Y sin embargo,
a pesar de todo lo que pienso y he escrito (e incluso lo que pienso y me he
callado), sigo creyendo en que el ser humano siempre saldrá vencedor de su
lucha contra los dinosaurios, aunque estos siempre estén a los pies de nuestras
camas cuando despertemos. Creo con toda firmeza que lo volveremos a conseguir. Pero en este caso
la lucha va a ser cruel, titánica, muy dolorosa. Probablemente muchos quedemos
en el camino, pero merecerá la pena, puesto que nuestros hijos no han nacido
para ser vasallos de ningún señor.