Cómplices

Viernes, 20 de abril de 2012


No quisiera hoy dar ideas. Tampoco quisiera parece paranoico, pero hay días en que uno se asoma al mundo desde las ventanas a las que tiene acceso, y parte de este planeta, la que más me interesa, porque es la que soporta los latidos de mis pies, parece que en menos de una semana ha retrocedido veinticinco o treinta años, (café arriba, café abajo, ya que mi bebida favorita es la usada como unidad métrica por algún político).
Pero este retroceso no ha concluido. La senda por la que pretenden que entremos a modo de rebaño obediente y silencioso, es el camino que conduce hacia el neo-vasallaje. Desean de nosotros aquiescencia absoluta. Sólo les interesamos en cuanto que músculos disponibles para que el funcionamiento de la maquinaria cruel que poseen no se detenga.
De momento han comenzado por ocupar sin disimulo los medios de comunicación de masas para que sus consignas penetren constantemente a través del vetusto método de la repetición tenaz y persistente, en aplicación de la vieja máxima que siempre funciona: una mentira repetida hasta la saciedad, acaba por convertirse en verdad.
Formar la razón, sentar las bases necesarias para que la libertad de pensamiento (madre de la libertad de expresión) sea una realidad, no sólo no les interesa, sino que contraviene peligrosamente sus planes. La igualdad de oportunidades que permite cierta movilidad dentro de los niveles sociales, es uno de sus peores enemigos. Ya está bien, parecen decir, que haya hijos de albañiles que puedan acabar siendo arquitectos. No es que no necesiten nuestros cerebros, es que los odian, o los temen que es aún peor. Sólo hay una excepción: las mentes que continúen elaborando sus razonamientos son imprescindibles, al menos de momento. Quizá, con el tiempo, ni éstas les hagan falta.
Pero aún somos peligrosos para ellos. Aún sabemos algunas cosas, aún recordamos tiempos un poco menos canallas. Y reaccionan: la resistencia pasiva podrá ser delito y, en consecuencia, podría llevar aparejada pena de cárcel. Aplicación directa de la estrategia del miedo. Necesitan súbditos atemorizados. Y tampoco olvidan otra estrategia muy bien contrastada en los últimos veinte o treinta siglos de historia: entretener al pueblo cansado. Antaño era menester desplazar a ese pueblo al circo, hoy ni siquiera hace falta sacarlo de casa.
De nosotros únicamente necesitan la musculatura, si acaso alguna habilidad manual En el instante en que nuestro organismo decaiga, dejaremos de ser productivos, por tanto somos un gasto para el sistema. Comenzarán en breve (estoy seguro) a inundar nuestros días con soflamas a favor del crecimiento de la natalidad, pues necesitan personas, más personas en plenitud de facultades físicas, pero también empezarán a permitir que la ancianidad (la nuestra, como siempre, nunca la suya) se compare con una enfermedad virulenta y contagiosa. Oficialmente no apretarán ningún gatillo para convertirnos en cadáveres, pero nos dejarán a nuestra suerte, rogando para que el proceso de deterioro natural sea rápido y eficaz.
En la selva el individuo enfermo o débil o gastado es presa de los depredadores. Es la ley implacable de la selva. Por el contrario, en la supuesta civilización judeo-cristiana-occidental, los individuos débiles, enfermos (incluso los enfermos crónicos) y desgastados han de ser protegidos. Como suelo repetir (y cualquiera que sepa un poco de senderismo en grupo, o de pedagogía sabrá a lo que me refiero), para que un colectivo avance, el paso que ha de marcarse es el que pueda seguir el más débil; es de él de quien han de preocuparse los demás. Las sociedades más libres, más avanzadas, más democráticas son las que tienen como pivote de su funcionamiento el cuidado de los más desfavorecidos. Ese era el camino trazado en Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
Creo que hoy, cualquiera que haya leído la prensa o escuchado las noticias, tiene claro que más que nunca nuestra casa se ha convertido en cruel jungla. Probablemente ni siquiera valga el grito de sálvese quien pueda.
Es casi imposible salvarse.
Hoy también se conmemora un siglo de la muerte de Bram Stoker, el escritor que dio vida a Drácula. El autor falleció, sí, pero no su criatura. Y su monstruo sigue haciendo de las suyas. Ahora es más poderoso, pues se trata no de un individuo, sino de un colectivo sin entrañas de misericordia, sin alma. Es un ser insaciable, siempre hambriento y sediento.
Y sin embargo, a pesar de todo lo que pienso y he escrito (e incluso lo que pienso y me he callado), sigo creyendo en que el ser humano siempre saldrá vencedor de su lucha contra los dinosaurios, aunque estos siempre estén a los pies de nuestras camas cuando despertemos. Creo con toda firmeza que lo volveremos a conseguir. Pero en este caso la lucha va a ser cruel, titánica, muy dolorosa. Probablemente muchos quedemos en el camino, pero merecerá la pena, puesto que nuestros hijos no han nacido para ser vasallos de ningún señor.