Cómplices

Jueves, 20 de abril de 2012


Por no repetirme, me saltaré la primera muletilla que iba a anotar ahora, y pasaré a una sucinta descripción de los acontecimientos.
Martes al mediodía. Asomado sobre el buzón de mi piso, como si quisiera suicidarse, pero a última hora hubiera quedado atrapado por el miedo, o por una mano invisible y poderosa, estaba el paquete de dos libros que mandaba Mariano desde su editorial Talentura La suave piel de la anaconda de Raúl Ariza, y, Amor manual de Ángel Muñoz.
Al día siguiente, o sea ayer miércoles, por la mañana, una amiga mía, una lectora incansable de poesía, me daba su opinión sobre Amor manual y derivábamos hacia la necesidad o no de incluir prólogos y/o epílogos en un poemario.
Hoy, el equipo de Veoguada TV ha subido a la red el programa correspondiente de Conv3rsando en que Paloma Corrales entrevista a Ángel Muñoz, también conocido como Voltios.
Así que a mi vera, espera esta cuidadísima edición de Amor manual, que llegó a mi mesa, sin yo saber que antes de su lectura, me encontraría con un conocimiento un poco mayor del poeta, o de la persona a secas, como él se ha definido en el programa.
Ángel Muñoz (de quien ya conocía algunos poemas y textos por su blog) no es sólo un poeta de versos, aunque escribir poesía para él sea una necesidad vital, según su propia afirmación. En realidad, me parece que es poeta de imágenes plasmadas a través de la fotografía e incluso las ilustraciones. Y esto que digo, lo puede comprobar cualquiera, a poco que se investigue cualquiera de sus blogs.
De algún modo, detrás de esa sonrisa de niño travieso que aún dispara de vez en cuando, bajo sus ojos penetrantes que, a veces, ocultan esa gorra, hay un hombre en que se ha depositado algo del espíritu totalizador del Renacimiento (acaso ahí es donde más se perciba que es licenciado en Historia del Arte). La fotografía, la ilustración, la edición, el relato corto, la novela comparten afanes y tiempo con el poeta en el sentido más libresco o tradicional del término.
Me ha sorprendido que tanto él como José Navieras hayan emprendido la aventura editorial bajo el nombre de LVR. Crear una editorial, aunque sea pequeña, me parece una aventura sólo para muy valientes o muy locos. Según explica Ángel, encontrarse con las puertas cerradas de las editoriales, fue el motivo por el que se decidieron a iniciar esta aventura. En realidad esto es un eufemismo de la verdad. Las editoriales de poesía no están cerradas a la edición de poemarios… si el poeta de algún modo sufraga la edición. Ésa es la cruda realidad del panorama editorial en España, salvo excepciones, obviamente. Si el poeta espera no gastarse dinero de su bolsillo con una publicación, entonces encontrará trillones de dificultades, a modo de puertas cerradas e inaccesibles. Quizá tampoco convenga ser muy exigente en esta cuestión, pues hay que tener en cuenta el número de poemarios que llegan a las editoriales. Cuando se dispone de un dinero limitado, cuando hay más manuscritos que posibilidad de publicar libros, entonces tienen que entrar por fuerza otras consideraciones. Hay que discriminar, y son en ese caso los editores quienes arriesgan su dinero, por tanto habrá que respetar la decisión. Por tanto que ellos se hayan decidido a esta aventura, significa correr un riesgo que es de agradecer, aunque sus pretensiones no sean excesivas.
En tres momentos de la entrevista Paloma ha definido la poesía de Ángel. Ha dicho que es intimista, quizá algo críptica y muy breve. Después de escuchar los poemas que ha leído el poeta, y de releerlos en el ejemplar que me llegó antesdeayer, tengo que confirmar esa opinión. Aunque, probablemente, lo de poesía hermética tiene que ver sobre todo con la brevedad. Quiero decir, que al ser un texto tan esencial ha de prescindir de muchas circunstancias, ir muy al núcleo, y por tanto, a veces, el lector queda perdido, como imposibilitado de acceder a lo que el poeta pretende contar. Y eso, en ocasiones, es muy triste, porque entonces el valor de comunicación que también tiene la poesía se pierde totalmente.
La brevedad de los poemas, esos flashes que ha mencionado Paloma, son como fotogramas con pie de página en la mayoría de los casos. Desde ese punto de vista, y según lo veo, los poemas son, en realidad, fotogramas con palabras; de algún modo la contraposición que consigue el equilibrio perfecto con sus fotografías que podrían catalogarse de poemas con imágenes. Y es que —me parece—, un ser humano no puede desgajarse, ni ser otro cuando varía de actividad. Tiene que ser el mismo Ángel quien fotografíe y quien escriba, que no quiere decir que siempre sea la misma persona. Porque la persona, y por tanto, su poética, evoluciona, sobre todo, quizá, en el sentido de la autocrítica.
Me parece que este sentimiento es muy común y hasta lógico. Una vez que se ha satisfecho esa primera necesidad muy generalizada (aunque quizá excesivamente mitificada) de publicar en forma de libro un poemario o dos, esa sensación varía. Uno quiere (si es que escribe) que su obra vea la luz, pero no desea que vea la luz cualquier obra. A poco que uno se quiera a sí mismo, será su primer juez implacable y sabrá perfectamente si lo que ha escrito merece dar un paso al frente y saltar de los cajones al papel. Más aún, y si no me equivoco en exceso, antes de dar por válido un texto aumentarán los filtros que se imponga a sí mismo.
La tarea se hace más lenta, más tenaz. Es necesario aquilatar más lo que se hace. Y aún así…
Entonces, casi inevitablemente, ocurre que el poeta descubre que cuando se desea escribir algo es imprescindible e insustituible el recogimiento y el silencio.
Ellos (Paloma y Ángel) se refieren a los actos poéticos, a los muchos recitales que parecen arrojarse por todo Madrid… Pero yo añadiría algo más. De alguna manera, me siento identificado con todo esto que se dice, sin vivir en Madrid, sin acercarme a ningún recital.
El tiempo de recogimiento y silencio para la propia creación, es ajeno a las redes sociales, es enemigo de pasarse mucho tiempo en la calle o Internet. Es necesaria una disciplina.
Y sin embargo, en todo eso hay una especie de contradicción intrínseca, puesto que, por otra parte, hay que procurar estar de algún modo, hay que intentar sumar alguna presencia, pues de lo contrario parece difícil poder acceder a otros que también te enriquecen y te amplían horizontes.
Encontrar ese equilibrio es tarea difícil.
En un par de momentos se habla de Alejandro Céspedes, el poeta cuya entrevista se emitió hace unas semanas, pues él es el prologuista de Amor manual y un verso suyo de Topología de una página en blanco, "Unos ojos enhebran su hilo por el hueco de tus ojos..." aparece en el encabezado de su blog. Lo traigo ahora a colación, por cuanto él sí vive una apartada vida de recogimiento y silencio. O eso me imagino. Quizá esté equivocado.
La compleja tensión entre silencio y presencia, que es la misma que siempre se ha tenido, aunque hoy en día el volumen de los decibelios ha subido tanto que es casi imposible apartarse del todo.
Recogerse sobre uno mismo, buscar el silencio, verdadero anhelo del poeta.
En un día como hoy, en que se celebra el aniversario del fallecimiento de José Hierro, a uno se le hace difícil —casi milagroso— comprender, como el poeta cántabro era capaz de escribir en medio de la bullanga de una cafetería.
Por lo que se ve, no sólo siento yo esa incomprensión; salvo que él, a diferencia de otros, fuera capaz de estar en silencio consigo mismo en medio de la multitud.
Hay personas con esa capacidad.