Cómplices

Miércoles, 18 de abril de 2012


Me pongo a escribir a estas horas, aunque sienta que las palabras hoy no van a salir, porque el cansancio acumulado y cierta sensación de hastío se pelean en mi interior, me pongo a ello. Algo dentro me empuja. Una pelea dentro de mí. Esa parte que me quiere enviar al descanso, a la dimisión temporal de la vida racional, y esa otra zona de mí que me obliga a ponerme a esta tarea.
Vengo de leer el último poema que ha publicado Elvira, y vengo entre desolado y admirado.
Desolado porque en ocasiones regresar del infierno es un viaje que puede ser inútil. Probablemente no, pero quizá sí. Y el problema, el verdadero problema no está en quien emerge de las fosas abisales, sino en quienes le reciben a esa persona renacida, casi resucitada.
Sin embargo, a estas horas de la noche, me interesa más la otra cuestión; pues la otra me llevaría a un territorio en que me enfangaría.
Sí, vengo admirado, porque hay que tener mucho valor para hacer público un sentimiento tan hondo, tan cierto, tan amargo.
A veces no caemos en la cuenta de que la verdadera poesía, la que realmente conmueve es la que suele dejar al poeta más indefenso, desprotegido y desnudo, la que se escribe para presentar el alma en puro despojo, a veces en despojos sangrantes, casi como si sus pedazos ocupasen el mostrador de una carnicería, a primera hora de la mañana.
Hay que ser valiente, muy valiente, para exponerse de ese modo, aparentar tanta incorrección política. Hoy que se lleva lo contrario, hoy que se precisa adormecer la verdad, convertirla en algo tenue, admisible y digerible por el espectador, no se vayan a ofender todos los sentimientos habidos y por haber, hoy que hay que mostrarse siempre sonriente, obligatoriamente feliz y vital, hoy en que es poco recomendable decir que uno estaba mejor en el infierno que de vuelta a casa, porque de inmediato vendrán a decirte exactamente lo contrario, Elvira, con esa precisión suya, ha publicado lo contrario.
Y las conciencias, poco acostumbradas a tales gestos de claridad tan cruda, se remueven inquietas; pero acaso convenía este zarandeo.
Sin llegar a absurdos tremendismos, me parece imprescindible escribir desde la verdad, la verdad subjetiva, claro, pues otra no existe, es decir, escribir desde la honestidad personal.