Cómplices

Lunes, 16 de abril de 2012




Disculparse es señal de buena educación, y una forma más o menos expresa de reconocer que se ha cometido error. Por tanto, excusarse es señal de nobleza y humanidad, pues si errar es humano, humano es admitirlo y pedir perdón por tal yerro.
Pero hay ciertos actos (u omisiones) que no se solucionan con un ‘lo siento’, por extenso, compungido y alambicado que sea. Hay contradicciones tan grandes entre palabras y hechos, que estos delatan, más que el error, la mentira, e incluso la hipocresía. Y mucho más cuando ese error o equivocación se hacen explícitos por azar, por un encuentro repentino y no deseado…, por un accidente.
Cuando se llegan a determinadas conclusiones, es difícil recuperar la confianza, e incluso el respeto. Lo grave es que algunas tareas no se pueden desempeñar revestidas de la desconfianza o de la falta de respeto.
En ese caso las disculpas no sirven. Serían un pobre decorado de obra de teatro, como pastiche mal diseñado y peor aplicado.
Algunas veces una retirada a tiempo es una gran victoria; porque en ocasiones, el error, más que error, es la repetición contumaz del mismo acto (u omisión), con lo cual ese pretendido error es únicamente la confirmación de una sospecha, la rúbrica de una actitud extendida durante mucho tiempo.