Cómplices

Lunes, 9 de abril de 2012


Todavía suenan los ecos del concierto, casi imprevisto, y muy íntimo, con el que se ha clausurado la exposición de Mariano. Sin duda, como comenté allí mismo, las cosas suceden en el momento en que deben suceder y quizá que la exposición se clausurase un domingo de pascua del modo en que lo hizo, no sea casual.
(¿No escribí hace poco que creo en las causalidades, no en las casualidades?)
Parfait Ekani es contratenor camerunés que pretende hacerse un hueco en el mundo de la música, pero que, sobre todo, pretende, tal y como afirma a quienes quieren escucharle, que la música gospel, —una de sus especialidades—, ayude a llenar de sentimientos positivos a personas que, en determinados momentos, como los actuales, lo están pasando mal.
Algunas veces las causalidades se encadenan con la precisión del paso de los segundos. Parsifait apareció el sábado por la mañana en la exposición y en poco tiempo se acordó la celebración de ese concierto. Algunos fuimos convocados vía correo electrónico, y unas cincuenta personas nos dimos cita en la sala.
El programa que había previsto Ekani no pudo llevarse a cabo, exactamente como él quiso, pues falló la técnica y el CD donde estaba grabada la música de acompañamiento decidió no emitir sonido alguno.
El caso es que su voz de contratenor, cuyo registro es tan poco habitual, sin otra ayuda que el ritmo marcado por nuestras palmas o el acompañamiento de nuestras voces, vino a completar o ilustrar de otro modo lo que los colores, las formas y los volúmenes de la obra de Mariano han estado gritando durante estas cinco semanas.
Fueron sólo tres temas que recorrieron el canto popular africano (Ameni), el barroco italiano (Ave María, que me puso los pelos de punta ), y el gospell más clásico (Religion is good), pero suficientes para acabar con un postre magnífico esta muestra. Frente a mí (frente a todos, realmente) el Cuadro, Yo estoy con vosotros, brillando en su esplendor y sonriendo a los niños y niñas que correteaban a su vera
Si la anterior exposición que Mariano colgó en Segovia, en las paredes del Colegio de Arquitectos, supuso —tras unos meses para que la semilla brotase— un poemario en mi obra, Los andamios de los pájaros, no quiero pensar en qué desembocarán estas semanas tan intensas. Quizá en nada exterior a mí mismo, pero no importará. Lo que ya caldea mi corazón es más que suficiente.
Igual que tras la clausura de la exposición del Colegio de Arquitectos, no podía imaginar que una semilla estaba creciendo en mi interior, ahora tampoco me imagino nada, porque voy más que servido con lo que ya he encontrado.
El camino es el silencio, la humildad, la confianza, el trabajo callado y abnegado, los sentidos atentos, dispuestos, como tierra abierta a la lluvia, al viento, a la nieve, al granizo, al sol, a las estrellas, el sendero esperanzado y tranquilo. La meta es la Luz, ese centro del que, por más que nos empeñemos, será imposible huir. El sendero que cada uno escoja creo que no es determinante. Estaría por apostar que ni siquiera importa algo.
Ayer, mientras las salas se iban vaciando, nos demoramos nuevamente en la contemplación de los cuadros. Aunque en unos días viajen a Cuéllar y luego a Santa María, lo que en Segovia me ha ocurrido supongo que será irrepetible.
Si es cierto que existen los milagros, no es menos cierto, que creo en el pertinaz trabajo de la lluvia para que la cosecha brote y sea abundante.
Y creo que acudir cada tarde (menos una) a la exposición ha sido para mi corazón, lo que la lluvia mansa, pero continua, es a los surcos sembrados.