Todavía
suenan los ecos del concierto, casi imprevisto, y muy íntimo, con el que se ha
clausurado la exposición de Mariano. Sin duda, como comenté allí mismo, las
cosas suceden en el momento en que deben suceder y quizá que la exposición se
clausurase un domingo de pascua del modo en que lo hizo, no sea casual.
(¿No escribí
hace poco que creo en las causalidades, no en las casualidades?)
Parfait Ekani
es contratenor camerunés que pretende hacerse un hueco en el mundo de la música,
pero que, sobre todo, pretende, tal y como afirma a quienes quieren escucharle,
que la música gospel, —una de sus especialidades—, ayude a llenar de
sentimientos positivos a personas que, en determinados momentos, como los
actuales, lo están pasando mal.
Algunas veces las causalidades se encadenan con la precisión del paso de los segundos. Parsifait
apareció el sábado por la mañana en la exposición y en poco tiempo se acordó la
celebración de ese concierto. Algunos fuimos convocados vía correo electrónico,
y unas cincuenta personas nos dimos cita en la sala.
El programa que
había previsto Ekani no pudo llevarse a cabo, exactamente como él quiso, pues
falló la técnica y el CD donde estaba grabada la música de acompañamiento
decidió no emitir sonido alguno.
El caso es que
su voz de contratenor, cuyo registro es tan poco habitual, sin otra ayuda que
el ritmo marcado por nuestras palmas o el acompañamiento de nuestras voces, vino
a completar o ilustrar de otro modo lo que los colores, las formas y los volúmenes
de la obra de Mariano han estado gritando durante estas cinco semanas.
Fueron sólo
tres temas que recorrieron el canto popular africano (Ameni), el barroco italiano (Ave
María, que me puso los pelos de punta ), y el gospell más clásico (Religion is good), pero suficientes para
acabar con un postre magnífico esta muestra. Frente a mí (frente a todos,
realmente) el Cuadro, Yo estoy con
vosotros, brillando en su esplendor y sonriendo a los niños y niñas que correteaban a su vera…
Si la anterior
exposición que Mariano colgó en Segovia, en las paredes del Colegio de
Arquitectos, supuso —tras unos meses para que la semilla brotase— un poemario
en mi obra, Los andamios de los pájaros,
no quiero pensar en qué desembocarán estas semanas tan intensas. Quizá en nada
exterior a mí mismo, pero no importará. Lo que ya caldea mi corazón es más que
suficiente.
Igual que tras
la clausura de la exposición del Colegio de Arquitectos, no podía imaginar que
una semilla estaba creciendo en mi interior, ahora tampoco me imagino nada,
porque voy más que servido con lo que ya he encontrado.
El camino es el
silencio, la humildad, la confianza, el trabajo callado y abnegado, los
sentidos atentos, dispuestos, como tierra abierta a la lluvia, al viento, a la nieve, al
granizo, al sol, a las estrellas, el sendero esperanzado y tranquilo. La meta
es la Luz, ese centro del que, por más que nos empeñemos, será imposible huir. El
sendero que cada uno escoja creo que no es determinante. Estaría por apostar
que ni siquiera importa algo.
Ayer, mientras las salas se iban vaciando, nos demoramos nuevamente en la
contemplación de los cuadros. Aunque en unos días viajen a Cuéllar y luego a
Santa María, lo que en Segovia me ha ocurrido supongo que será irrepetible.
Si es cierto
que existen los milagros, no es menos cierto, que
creo en el pertinaz trabajo de la lluvia para que la cosecha brote y sea abundante.
Y creo que
acudir cada tarde (menos una) a la exposición ha sido para mi corazón, lo que
la lluvia mansa, pero continua, es a los surcos sembrados.