Cómplices

Miércoles, 25 de abril de 2012


Tendría que decir que no entiendo cómo es posible que haya tantas personas tan felices por la desgracia ajena, salvo en casos de confrontación directa. Será que soy de otro planeta, porque aspiro a disfrutar con mis alegrías, no con los percances de otros; y que, en ocasiones, los otros hayan disfrutado con nuestros percances y se hayan regodeado en nuestro fracaso, no es razón suficiente para actuar de un modo similar. Pero semejante asunto ya no me interesa. Me parece algo insustancial. Ha surgido algo más trascendental que ese comentario, al fin y al cabo tan efímero como la propia derrota (o victoria) en un partido de fútbol.
El día, desde anoche, ha comenzado a interpretar su propia melodía. Una música que se dirige al mismo punto, a ese núcleo insoslayable y misterioso donde brota (donde ha de brotar) el poema: el centro de la emoción, ese lugar que a veces es un desierto, en otras ocasiones un páramo y en algunas más, un bosque.
El corazón pide paso, la emoción, la autenticidad. La poesía no se nutre de palabras o ritmos, ni siquiera de ideas. La poesía respira y se alimenta de la emoción. La palabra, el ritmo y la idea son ropajes, mudables,  pasajeros y, a veces, tornadizos. Lo que importa es el latido de criatura viva que anida en ella. Otra cosa, como vengo repitiendo en tantas ocasiones, no es más (y sólo en el mejor de los casos) que un hermoso artificio pirotécnico.
Leyendo las reflexiones sobre la creación poética de José Hierro [como dice Eduardo García-Máiquez en un post memorable, la poesía no necesita profesores, sino maestros], uno se da perfecta cuenta de que la poesía es como una criatura viva, que a veces juega y se esconde; una criatura que se insinúa sin agotarse, una criatura de la que la honrada clase media de los poetas apenas es capaz de devolver en forma de versos algún retazo de su infinito caudal.
La labor del poeta, en este sentido, es similar a la del mendigo que sale con las manos vacías y extendidas a la busca de su sustento cotidiano.
La poesía se busca, a veces se encuentra. 
La poesía se da, a veces se encuentra. 
El camino de búsqueda no está afuera de uno mismo, el hontanar en donde brota está muy cerca [bien sé yo dónde mana, diría San Juan]. Aunque algunas veces recorrer esa distancia sea tan complejo como pretender una expedición sideral, creo que éste es el verdadero viaje del poeta.