Ochenta
y un años después, más allá de formas de Estado, más allá del color de las
banderas y las algaradas de las banderías, más allá de himnos o salmodias, hoy puede
ser un buen día para decidirse a trabajar por la llegada del tiempo de la
justicia, de la verdadera libertad (la que nace de la igualdad de oportunidades
y la libertad de pensamiento), un tiempo para que los menos favorecidos no
perezcan en la tempestad en que nos han metido quienes creyeron que la avaricia
y el capital eran los verdaderos dioses del Planeta y de nuestras vidas,
convirtiéndonos en esclavos argollados a su codicia, seres cada vez más
famélicos y aturdidos, amordazados y desprotegidos.
Para que una
casa sea sólida y aguante vendavales, inundaciones e incluso posibles
terremotos, no se piensa primero en la pintura de la fachada o el color del
tejado o en las persianas. Incluso esos elementos pueden ser modificados con el
tiempo, sin que se pueda asegurar que el edificio es diferente. Importan los
cimientos, importa la solidez de los muros de carga, importa que lo oculto
funcione con precisión y que cada infraestructura sea eficiente: que por los
cables eléctricos llegue la electricidad y no el agua, que por los grifos salga
líquido y no combustible, que el humo escape por la chimenea y no sea revocado
a cada minuto.
Y es que, a veces me da la impresión, aunque puedo estar equivocado, que algunos sólo se conforman con arreglar el deplorable aspecto de la fachada y del tejado, sin preocuparse en rehabilitar el interior de nuestra casa. ¿Importa tanto limpiar o cambiar la pintura de la fachada, si los cimientos sufren daños
estructurales de tal calibre que amenazan con el hundimiento de toda la
vivienda? A veces pienso que nos gobiernan y nos dirigen para que los turistas japoneses puedan fotografiar, tal que viviéramos en un decorado de cartón piedra.