Cómplices

Sábado, 14 de abril de 2012


Ochenta y un años después, más allá de formas de Estado, más allá del color de las banderas y las algaradas de las banderías, más allá de himnos o salmodias, hoy puede ser un buen día para decidirse a trabajar por la llegada del tiempo de la justicia, de la verdadera libertad (la que nace de la igualdad de oportunidades y la libertad de pensamiento), un tiempo para que los menos favorecidos no perezcan en la tempestad en que nos han metido quienes creyeron que la avaricia y el capital eran los verdaderos dioses del Planeta y de nuestras vidas, convirtiéndonos en esclavos argollados a su codicia, seres cada vez más famélicos y aturdidos, amordazados y desprotegidos.
Para que una casa sea sólida y aguante vendavales, inundaciones e incluso posibles terremotos, no se piensa primero en la pintura de la fachada o el color del tejado o en las persianas. Incluso esos elementos pueden ser modificados con el tiempo, sin que se pueda asegurar que el edificio es diferente. Importan los cimientos, importa la solidez de los muros de carga, importa que lo oculto funcione con precisión y que cada infraestructura sea eficiente: que por los cables eléctricos llegue la electricidad y no el agua, que por los grifos salga líquido y no combustible, que el humo escape por la chimenea y no sea revocado a cada minuto.
Y es que, a veces me da la impresión, aunque puedo estar equivocado, que algunos sólo se conforman con arreglar el deplorable aspecto de la fachada y del tejado, sin preocuparse en rehabilitar el interior de nuestra casa. ¿Importa tanto limpiar o cambiar la pintura de la fachada, si los cimientos sufren daños estructurales de tal calibre que amenazan con el hundimiento de toda la vivienda? A veces pienso que nos gobiernan y nos dirigen para que los turistas japoneses puedan fotografiar, tal que viviéramos en un decorado de cartón piedra.