¿Solidaridad
o justicia? ¿Justicia y solidaridad? ¿Solidaridad donde no llega la justicia?
¿Solidaridad para delatar la injusticia?
Es probable que
pudiera continuar ensartando preguntas con leves matices diferentes, como si
fuera desgranando uvas de su racimo. Me hacía estas preguntas hace unas tres
horas, mientras escuchábamos en la radio, una información-reportaje acerca de comedores
solidarios.
Para que quede
claro lo que pienso, me ha emocionado lo que he escuchado, como me emocionó lo
que ayer me contó una joven en la calle, voluntaria de otra ONG, como me emocionan y me admiran las personas que conozco que incluso, son capaces de montar su propia ONG que funciona y llega donde pretende hacerlo. Me emociona
porque me parecen acciones, al menos, necesarias, cuando no imprescindibles.
Quiero decir que no tengo nada en contra de que haya personas con la suficiente
capacidad y tiempo como para donar parte de sí para que otros más necesitados
mejoren en algo su estado.
Sin embargo, y
al mismo tiempo, me enerva profundamente que sigan siendo necesarias, que los
poderes públicos no consigan que las personas que viven en el territorio de su
jurisdicción carezcan de penurias; me parece denigrante que haya seres humanos que no tengan cubiertas las necesidades más
elementales, como la comida. Me enerva y me indigna que sean las personas o grupos de personas
las que tengan que suplir semejantes carencias.
Desde Cáritas
se afirma que casi una cuarta parte de la población castellano leonesa está en
el umbral de la pobreza.
La cifra,
simplemente, me parece de una brutalidad y una violencia estructural
insostenible. Esto sí es incitar a la violencia.
Que para las
autoridades éste no sea el primer objetivo y el segundo y el tercero, me
parece, además rayano en el genocidio. La primera tarea de cualquier gobernante
debería ser desvelarse por el empeño de conseguir un mínimo de bienestar para la
población que habita las ciudades, pueblos y aldeas de su territorio, mirando,
en primer lugar, a quienes más próximos caminan hacia el precipicio. El informe
aporta otro dato que me parece aún más expresivo, pues otorga perspectiva —más
bien oscura— de futuro: la distancia entre pobres y ricos va acreciendo su
brecha, y las llamadas clases medias menguan, acaso excesivamente deprisa.
No quisiera ser
agorero (estoy mucho más cómodo intentando soñar utopías), pero barrunto que algunos (los de siempre) no tardarán en gritar porque aumenten cierto tipo de
hechos. Y muchos, inducidos a la miopía por culpa de una información
incompleta, sesgada y manipulada, se rasgarán las vestiduras junto a ellos, a
pesar de estar más próximos a la miseria de lo que sospechan.
Pero entre
tanto, quien debiera ocupar su tiempo (tan bien pagado, por otra parte) en
estas cuestiones, prefiere proponer la creación de nuevas tasas que encarezcan
el uso de la justicia, desde la segunda instancia. Prefieren recortar en educación y sanidad. Prefieren criminalizar la protesta y la expresión... Prefieren confundir los intereses nacionales (es decir de los españoles) con los intereses de alguna multinacional.
Sanidad,
educación, justicia, cultura, sólo para quienes puedan pagársela. Sanidad,
educación, justicia, cultura entendidos como parte del negocio global, no como
servicios.
Ayer escribía
que debería estar mal visto en el siglo XXI el vasallaje, pero quizá no esté
mal visto, quizá sea lo que se desea. O eso parece.
Silencio,
silencio, silencio…