Cómplices

Viernes, 6 de abril de 2012. Viernes Santo


Que recuerde, es la primera vez que un Viernes Santo amanece con un manto blanco tan espeso. Mi memoria me lleva a procesiones de viernes santo alteradas por nevadas que comenzaban en ese momento, pero siempre breves y un poco intempestivas, como una discusión entre amigos. En otra ocasión, hacia 1980 —aunque no tengo elementos para confirmarlo—, la nevada cayó justo en la madrugada del viernes al sábado santo y duró sobre la ciudad, lo que va a durar ésta, unas pocas horas.
Ahora asisto al inicio del derrumbe de la nieve desde las hojas de las ramas de los árboles apenas recién brotadas, hacia el pavimento. Pudiera ser, no es descartable, que hubiera algún otro chubasco en las próximas horas, pero ahora mismo el cielo se inunda de luz, incluso algunas nubes se trocean como un pastel, dando paso al azul.
En los últimos años, mi semana santa ha sido un tiempo para la reflexión en soledad. Una especie de retiro interior para sentarme y contemplar el dolor que el poder (religioso y político) pueden llegar a causar, y cómo ese dolor se torna vida.
Con lo incierto de la meteorología, contar con ver las procesiones (forma en que la tradición de nuestras tierras ha plasmado el dolor y la muerte causada de modo tan injusto) es un puro azar. Anoche mismo, sin salir de la Calle Real, pudimos ver la subida de cinco cofradías de las seis que ayer hacían su estación de penitencia hasta la Catedral. En los últimos cinco años habré participado en un solo traslado procesional. Es la primera vez que Marián, ve una procesión en Segovia, aunque no fue la mejor noche para ello, pues la temperatura fue bajando hasta desplomarse en brazos de un viento agreste que nos sorprendió a todos a eso de las diez de la noche; quizá fuese el heraldo de lo que esta madrugada ha sucedido.
Al contemplar las tallas de los pasos, uno se da cuenta dónde está la diferencia entre inspiración y taller, entre calidad y devoción, entre historia y arte. Y no lo digo con ánimo de crítica, ni siquiera en tono de lamento. Simplemente es una constatación. Tampoco estoy diciendo que toda la imaginería del siglo XX sea de escaso valor artístico, puesto que alguna de las tallas más hermosas es de las más recientes, apenas setenta años. Estoy diciendo, simplemente, que no es lo mismo, estoy diciendo que, acaso, la adquisición de algunas tallas fue, más que nada, un impulso catequético o de adoctrinamiento, y que por ese lado quizá se debiliten algunas modernas pretensiones, relacionadas con el turismo.
Luego por la noche, y gracias a la informática y la tecnología, vimos el principio de la Madrugá hispalense, y la intuición a la que me refiero se hace más palpable. Uno se da cuenta de que cuando el arte es arte y la inspiración inspiración, lo que le acompaña es más accesorio. Y tanto emociona o conmueve o lleva a la piedad, la bullanga de la salida de la Macarena, como el siseo de las alpargatas de los costaleros del Gran Poder o del Silencio…
Pero en el fondo, poco importan esas diferencias. Por mucho que se pretenda atraer personas foráneas a estos actos (no con el objetivo de adoctrinar, precisamente), la semana santa es algo de carácter local, casi íntimo. No falta, quizá, un punto de lucimiento, pero tampoco es algo terriblemente censurable, puesto que siempre que se celebra algo, y más cuando se hace en público, pretendemos mostrar (y mostrarnos) con las mejores galas. A veces resultan excesivas o rocambolescas, más que galas, disfraces de carnaval, pero en la intención no es esa, sino demostrar que para nosotros (para cada uno) se trata de algo importante. Luego está en el gusto, en la inspiración, en la medida de cada uno, acertar, propasarse o quedarse a medio camino... Y esa capacidad o se tiene, o no se tiene.
Pero para mí, este año la cosa varía. Marián me acompaña y, no saliendo de la ciudad, subir hasta el Torreón de Lozoya e inundarse con la luz de los cuadros de Mariano, es más apetecible que nada. Por tanto, dentro en mi interior, como los cantos de los pájaros primaverales, anida la luz y la esperanza, aunque sé que el trance del dolor, el sufrimiento y la muerte son inevitables.