Cómplices

Domingo, 13 de mayo de 2012


Si el ser humano no avanzara lastrado por el peso del miedo al pasado y al futuro, no sería terráqueo, sino aéreo.
Según lo veo, la existencia —individual y colectiva, presente e histórica— es un camino que se recorre con más dudas y repliegues que seguridades y avances, suponiendo que tales palabras signifiquen lo mismo en cada mente; porque, además, me temo que aquello que para unos es progreso, para otros es flagrante retroceso, cuando no abominación.
Quienes un día fueron tachados de visionarios, o violentos rebeldes iconoclastas y destructores de civilizaciones, patrias o cualquier clase de organización humana, hoy serían tildados de cavernícolas, o, en caso de aplicar misericordia, serían llamados ilusos románticos, pobres idealistas, quizá locos o visionarios. Quienes un día accedieron a las posiciones clave para controlar cualquier tipo de organización humana (estado, partido político, comercio, economía, ejército, iglesia, ciudad, sindicato, movimiento cultural), desde casi el momento de su llegada a la cúspide empezaron a temer cualquier progreso por lo que ello significaba de peligro para mantener su posición.
Quizá la realidad humana sea más triste y más simple de lo que pensamos. Sólo el verdadero sabio tiene claro que nada es para siempre, que ningún logro social, económico, religioso, espiritual, cultural, deportivo, tecnológico, etcétera, es definitivo. Podrán existir pasos más perdurables o más hondos o más determinantes, y esos pasos se convertirán en hitos y a tales avances les llamaremos logros históricos.
Pero, en todo caso, no se debiera olvidar que semejantes hazañas memorables, sólo una generación más tarde forman parte de manuales o compendios para estudiantes, y la vida no se vive dentro de una enciclopedia, ni siquiera en sus aledaños.
Me parece, por tanto que las verdades inmutables, salvo la muerte, no existen. Incluso verdades que se consideran nucleares para entender el funcionamiento de una civilización. Aunque se huya de ellos, los adjetivos que modifican a una certeza sustantiva son trascendentales para entender algunos de los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor.
¿En qué se parece la democracia de Atenas a la democracia parlamentaria que rige Europa? ¿Un cambio en el sistema de representación de las personas, podría considerarse un atentado contra la democracia o, por el contrario, un paso adelante hacia su verdadera esencia? Todo cuanto ha sido ideado por mente humana, incluso aunque su diseño sea colectivo, incluso aunque haya perdurado en el tiempo, puede ser modificado por otra mente humana.
Uno empieza a envejecer cuando siente, mientras respira o mira a su alrededor, que las nuevas propuestas conducen al abismo. En ese instante la novedad se torna amenaza de destrucción. Entonces la respiración se acelera, sube el nivel de adrenalina en sangre, y se pretende extirpar de raíz semejante ocurrencia venenosa, con el mismo afán con el que se degollaría a una víbora hambrienta.
Quizá aún no se le pueda llamar viejo a alguien, cuando ante las nuevas propuestas, piensa que está en una vía sólida y segura hacia un futuro mejor que el presente por el que se transita, aunque no todo sea aceptable.
Cuando, por fin, ante la novedad de la iniciativa percibe la salida del abismo al que nos han llevado los viejos tiempos, entonces es joven.
Sucede que el calendario y los sentimientos caminan bastante parejos, pero no siempre es así, y uno —como quien visita el circo de los fenómenos extraños— ha visto y ve a jóvenes muy viejos, y a viejos casi adolescentes.