Si el
ser humano no avanzara lastrado por el peso del miedo al pasado y al futuro, no sería
terráqueo, sino aéreo.
Según lo veo, la
existencia —individual y colectiva, presente e histórica— es un camino que se
recorre con más dudas y repliegues que seguridades y avances, suponiendo que
tales palabras signifiquen lo mismo en cada mente; porque, además, me temo que
aquello que para unos es progreso, para otros es flagrante retroceso, cuando no
abominación.
Quienes un día
fueron tachados de visionarios, o violentos rebeldes iconoclastas y
destructores de civilizaciones, patrias o cualquier clase de organización
humana, hoy serían tildados de cavernícolas, o, en caso de aplicar
misericordia, serían llamados ilusos románticos, pobres idealistas, quizá
locos o visionarios. Quienes un día accedieron a las posiciones clave para controlar cualquier
tipo de organización humana (estado, partido político, comercio, economía, ejército, iglesia, ciudad, sindicato,
movimiento cultural), desde casi el momento de su llegada a la cúspide
empezaron a temer cualquier progreso por lo que ello significaba de peligro
para mantener su posición.
Quizá la
realidad humana sea más triste y más simple de lo que pensamos. Sólo el
verdadero sabio tiene claro que nada es para siempre, que ningún logro social,
económico, religioso, espiritual, cultural, deportivo, tecnológico, etcétera, es definitivo. Podrán
existir pasos más perdurables o más hondos o más determinantes, y esos pasos se
convertirán en hitos y a tales avances les llamaremos logros históricos.
Pero, en todo
caso, no se debiera olvidar que semejantes hazañas memorables, sólo una generación
más tarde forman parte de manuales o compendios para estudiantes, y la vida no
se vive dentro de una enciclopedia, ni siquiera en sus aledaños.
Me parece, por tanto
que las verdades inmutables, salvo la muerte, no existen. Incluso verdades que
se consideran nucleares para entender el funcionamiento de una civilización. Aunque
se huya de ellos, los adjetivos que modifican a una certeza sustantiva son
trascendentales para entender algunos de los acontecimientos que suceden a
nuestro alrededor.
¿En qué se
parece la democracia de Atenas a la democracia parlamentaria que rige Europa? ¿Un
cambio en el sistema de representación de las personas, podría considerarse un
atentado contra la democracia o, por el contrario, un paso adelante hacia su
verdadera esencia? Todo cuanto ha sido ideado por mente humana, incluso aunque
su diseño sea colectivo, incluso aunque haya perdurado en el tiempo, puede ser
modificado por otra mente humana.
Uno empieza a
envejecer cuando siente, mientras respira o mira a su alrededor, que las nuevas
propuestas conducen al abismo. En ese instante la novedad se torna amenaza de
destrucción. Entonces la respiración se acelera, sube el nivel de adrenalina en
sangre, y se pretende extirpar de raíz semejante ocurrencia venenosa, con el
mismo afán con el que se degollaría a una víbora hambrienta.
Quizá aún no se
le pueda llamar viejo a alguien, cuando ante las nuevas propuestas, piensa que está
en una vía sólida y segura hacia un futuro mejor que el presente por el que se
transita, aunque no todo sea aceptable.
Cuando, por
fin, ante la novedad de la iniciativa percibe la salida del abismo al que nos
han llevado los viejos tiempos, entonces es joven.
Sucede que el
calendario y los sentimientos caminan bastante parejos, pero no siempre es así,
y uno —como quien visita el circo de los fenómenos extraños— ha visto y ve a jóvenes
muy viejos, y a viejos casi adolescentes.