Cómplices

Martes. 15 de mayo de 2012



Hace dos semanas que no publico en Pavesas y cenizas. Me lo recordó ayer una amiga que me escribió, preguntando si había dejado el blog.
¿Qué ha ocurrido?, me pregunto sorprendido, cayendo en la cuenta de lo cierto de su afirmación. ¿En qué se me ha pasado el tiempo? Y no encuentro respuesta.
El tiempo (su ausencia, o su mala distribución) muerde mi ánimo y cuando no es por una causa, es por otra, no me encuentro con la tranquilidad suficiente como para ponerme a la tarea.
Le confesé a esta amiga que ahora mismo estoy muy a gusto dentro de las páginas de este diario. Como si necesitara reposo, como si fuera menester una temporada para ejercitar la pereza, para permitir que el tiempo libre se deslice sin otro afán, sólo deslizarse hacia ninguna parte.
Pero no es la única razón.
Quizá podría hablar también de cierto desánimo conmigo mismo, de cierto hastío. Es algo parecido a la pereza, pero más hondo aún.
Y por último (acaso el motivo más real, el de más peso), es que me siento confuso y a la expectativa. Ambas cosas.
Confuso porque no tengo muy claro el propio modo de afrontar esta tarea. En el último año (hoy es el primer aniversario del 15M), las cosas a mi alrededor han cambiado sustancialmente. El optimista un tanto ingenuo que era, está dando paso a un pesimista cada vez menos esperanzado con casi todo. Un pesimista encarcelado en el deseo del propio error, pero con la casi certeza de que un movimiento como el 15M no prosperará, no por el propio movimiento, sino por la falta de implicación de una sociedad que tendría que haber reaccionado con más contundencia. Sin embargo la sociedad parece narcotizada. Tantos años de complacencia es como si hubiera desconectado las capacidades colectivas. Y de todo esto o salimos colectivamente o acabamos en el tipo de esclavitud más duro y sibilino de la historia de la humanidad, porque nos harán creer —de hecho ya lo están haciendo— que sus valores y sus necesidades son nuestros valores y nuestras necesidades; a poco que así sigamos, nosotros mismos entraremos, sin necesidad de flagelo que nos obligue, en el redil dispuesto para uncirnos el yugo definitivo. Pretenden que seamos máquinas en el trabajo, borregos en el ocio y reproductores en el sexo. Este horizonte me paraliza, me confunde. En el fondo, probablemente se trata de falta de valentía personal. Y es que uno vive en unas determinadas circunstancias y conoce las posibles consecuencias. La vida me ha regalado muchísimas cosas, quizá demasiadas. Y las más importantes tienen nombre propio y aún dependen de mí. Por tanto, mi sendero no lo recorro yo solo, y cuando uno camina en compañía, no puede hacer cualquier cosa, sino que ha de mirar primero a quien con él marcha.
Pero también estoy a la expectativa, porque tres libros escritos en los últimos dos años están a la espera de decisión editorial. Alguno más cerca que otros, pero aún todo por concretar. Incluso, el más que probable rechazo en uno de los casos se retrasa.
Así las cosas, cuando durante las últimas dos o tres horas de cada jornada, me puedo sentar en mi mesa de trabajo, tengo de todo, menos la calma y los ánimos necesarios para dejar que la inspiración brote. Sin ese silencio interior que permita escuchar los latidos del corazón se hace imposible escribir un poema o un relato, y por mis venas se escuchan demasiados ruidos procedentes del exterior.
Quizá, ya digo, sólo sea mala distribución del tiempo, quizá sólo sea miedo ante el abismo. Lo que sé es que han pasado quince días desde la última publicación en Pavesas, y allí sigue esa entrada, proclamando la victoria de la muerte.