Cómplices

Jueves, 3 de mayo de 2012


He leído en Trópico de la Mancha, el blog de Tomás Rodríguez Reyes, esta frase de María Zambrano, extraída de su libro Filosofía y poesía:"la poesía es vivir en la carne, adentrándose en ella, sabiendo de su angustia y de su muerte... El poeta siente la angustia de la carne, su ceniza, antes y más que los que quieren aniquilarla".
Casi no debería escribir nada más. Quizá debiera dejarlo aquí mismo. Sólo aclarar que uno, aunque esté a miles de años de distancia de la calidad y la sensibilidad de la autora malacitana, no vive esto como un privilegio o cualidad, sino que, más bien, como una carga que lo empuja hacia el abismo.
En épocas en que ese dolor se torna colectivo e incesante, como alimento imprescindible de la dieta de excesivas personas, la situación se torna agónica. Más que nunca sería necesario viajar hacia la misma médula del silencio, y despojarse en soledad de tanta herida como el ser humano recibe.
Pero es ahora, cuando parece que el laberinto se ha estrechado y se ha oscurecido más, cuando se necesita vomitar y denunciar cuanto antes tanto daño y tanto crimen y tanta injusticia, pues de lo contrario esa angustia de la que habla Zambrano (esa mujer que de niña y adolescente recorrió algunas de las calles que recorro casi a diario), será quien me devore.
A la postre, como tantas veces se ha dicho, uno escribe porque lo necesita, porque escribir es una medicina imprescindible, porque, en el fondo, el poeta es uno de los seres más frágiles de la naturaleza, aunque su poesía nunca vaya a ser recordada por nadie, y tan solo sea leída por esos amigos y amigas que a uno tanto le quieren y tanto le soportan.