He leído en Trópico de la Mancha,
el blog de Tomás Rodríguez Reyes, esta frase de María Zambrano, extraída de su
libro Filosofía y poesía:"la poesía es vivir en la carne,
adentrándose en ella, sabiendo de su angustia y de su muerte... El poeta siente
la angustia de la carne, su ceniza, antes y más que los que quieren
aniquilarla".
Casi no debería
escribir nada más. Quizá debiera dejarlo aquí mismo. Sólo aclarar que uno,
aunque esté a miles de años de distancia de la calidad y la sensibilidad de la
autora malacitana, no vive esto como un privilegio o cualidad, sino que, más
bien, como una carga que lo empuja hacia el abismo.
En épocas en
que ese dolor se torna colectivo e incesante, como alimento imprescindible de
la dieta de excesivas personas, la situación se torna agónica. Más que nunca
sería necesario viajar hacia la misma médula del silencio, y despojarse en
soledad de tanta herida como el ser humano recibe.
Pero es ahora,
cuando parece que el laberinto se ha estrechado y se ha oscurecido más, cuando
se necesita vomitar y denunciar cuanto antes tanto daño y tanto crimen y tanta
injusticia, pues de lo contrario esa angustia de la que habla Zambrano (esa
mujer que de niña y adolescente recorrió algunas de las calles que recorro casi
a diario), será quien me devore.
A la postre,
como tantas veces se ha dicho, uno escribe porque lo necesita, porque escribir
es una medicina imprescindible, porque, en el fondo, el poeta es uno de los
seres más frágiles de la naturaleza, aunque su poesía nunca vaya a ser
recordada por nadie, y tan solo sea leída por esos amigos y amigas que a uno tanto
le quieren y tanto le soportan.