Desde
tierras bien distantes a ésta me han llegado hoy dos paquetes. En uno de ellos los
ejemplares del número 5 de la revista de La
Esfera Cultural, en el otro, los del libro colectivo de poemas Arando versos. Dos publicaciones muy
diferentes, pero ambas con un aroma parecido. Un perfume que tiene que ver con
el trabajo en equipo, con el grupo, con lo colectivo, con la sensación cada vez
más explícita de ser más a medida que se van aunando voluntades, características,
sueños, ilusiones…
He bajado la calle
Real enarbolando ambos paquetes, como quien paseaba con dos criaturas en los
brazos, sintiendo, casi, el latido de los corazones de los compañeros de ambos
grupos entre las yemas de mis dedos.
Son pequeños hitos
cuya trascendencia será mínima, pero para nosotros —los que estamos tras la
revista y tras el libro—, son proyectos que han cuajado y han llegado a
materializarse en papel impreso.
En ninguno de
los casos puedo atribuirme nada especial —todavía menos en el poemario, puesto
que llegué justo al final de todo el proceso; como si hubiera tomado el tren en
la penúltima estación del trayecto—, salvo haber ofrecido parte de mi tiempo a
quienes realmente han trabajado infatigablemente en todo el proceso que, dicho
sea de paso, es laborioso y a veces no exento de sinsabores y malentendidos.
Desde hace
muchos años sé que la literatura no es el más propicio de los artes para el
trabajo en grupo. Escribir es una de las actividades más individuales y
solitarias que existen. Tan solitarias que, en ocasiones es
imprescindible hasta aislarse de uno mismo, encerrar bajo siete llaves los
demonios que no hacen más que meter ruido y distraernos. Sin embargo, las
publicaciones colectivas son experiencias antiguas en el mundo de la
literatura. Quiero decir que Arando
versos y La Esfera Cultural no
son experiencias precisamente innovadoras. Pero en el caso de la revista y del
poemario, no se trata solamente de meras adiciones de textos que han llenado
unas cuantas páginas.
El lector no
verá cosa diferente; sin embargo, con anterioridad y por debajo existe un esfuerzo
de equipo notable. Diría incluso que sobresaliente pues, por suerte o por
desgracia, ninguno de nosotros (y hablo de unas treinta personas sumando ‘esféricos’
y ‘aradores’) nos dedicamos profesionalmente ni a la literatura ni a la edición.
En fin, parece
que la existencia de Internet, sin desvirtuar ni eliminar ese trabajo
individual y solitario (base insustituible del laboreo del escritor), favorece,
precipita y multiplica las experiencias colectivas. En mi caso, al menos, es
incuestionable. Aunque procuro cuidar al máximo y con mimo mis pequeñas
parcelas individuales, sé que donde crezco y donde aprendo es en el grupo. No todas
las experiencias en Internet han sido igual de gratificantes que estas dos,
porque a veces la unión de varias personas no significa que haya grupo, ni
siquiera equipo, sino una mera adición de individuos; pero, hasta la fecha, he
tenido la suficiente suerte de haber encontrado a personas que han trabajado más
por conseguir un objetivo común que por sobresalir individualmente.
Y creo que ahí
está la clave de que, de vez en cuando, pueda pasear por la calle Real de
Segovia con paquetes de libros o de revistas que me han llegado desde puntos
tan distantes de Segovia como Santa Cruz de Tenerife o Castellón de la Plana.