Cómplices

Martes, 1 de mayo de 2012


Escribo acunado por la melodía de la Pasión según san Mateo de Bach. He llegado aquí desde Haendel, pero he vuelto a caer en la hondura de la música del alemán. Soy incorregible.
El poema en prosa que he publicado esta mañana, es un poema desolador, con esas reminiscencias elegíacas que nacieron hace unos días, cuando lo comencé a dar forma.
A veces pienso que el camino que recorro es complicado e intransferible, un camino que, a la postre, como cualquier camino, se recorren en solitario por más que haya manos que estrechen la de uno, por más que algunos o muchos corazones latan unísonos con el propio.
Inicio el texto con un virulento “proclamo la victoria de la muerte: hoy campará su hielo y su risa de cal, sobre nuestros cadáveres tan muertos”, que no deja cabida a la duda. Desde el primer endecasílabo disfrazado, marco bien el territorio. Ahora no conviene desdecirse. ¿Pienso así? Creo hasta el fondo en esa afirmación. Por desgracia para mí, hoy sí. Hoy estoy convencido de que este mundo tal y como lo conocemos no tiene muchas soluciones.
¿Existen resquicios para la esperanza?
Creo que es lo que late en los cimientos de este texto. En el fondo pretende provocar, pretende empujar a la reflexión, pretende espabilar. Sé que no tengo posibilidades reales de que ello suceda, pero es lo único que me resta por hacer.
Esta mañana, azotado por el viento invernal de esta primavera, aunque cubierto de sol, he acudido a la manifestación del 1 de mayo. Esperaba más afluencia, para qué negarlo. Pero también reconozco que para lo es habitual en Segovia, no ha estado mal. Muchas personas no creemos en este tipo de movilizaciones. Pensamos que sirven de poco o de nada, salvo un acto testimonial, que no son eficaces, que quienes gobiernan saben perfectamente cuál será nuestra reacción y la tienen descontada, por así decir. Sin embargo, hay veces en que parece casi una dejación del compromiso ciudadano no hacer acto de presencia, aunque uno se convierta en un mero bulto andante.
¿En qué momento hemos de tomar las riendas de nuestro destino?
Con quienes hablo sobre estas cuestiones, inciden con mucha frecuencia en la penosa tarea de los sindicatos que, para muchos, sólo actúan para obtener sus propios intereses, o el de sus afiliados, no en interés de cualquier trabajador. Otros repiten hasta la saciedad la inutilidad de estas acciones, pues saben o están convencidos de que los gobernantes no van a alterar su determinación. Para algunos, la democracia, como la velocidad, se demuestra andando; es decir, si los ciudadanos con su votos han optado por algo en concreto, no queda más remedio que esperar a que las urnas vuelvan a acoger nuestros votos: esa es la verdadera manifestación, la única con valor real; y este argumento no sólo lo he escuchado entre personas favorables a este gobierno, sino también a personas que no están precisamente de acuerdo con lo que se hace desde el poder. Otros empiezan a tener miedo. El miedo ya ronda los umbrales de muchos corazones. De demasiados. Y otros, quizá más de los que parezca, piensan que pueden delegar en otros su representación. Y, por último, acaso un número excesivo, todavía piensa que todo esto que sucede en el planeta, en Europa y en España poco, o nada, tiene que ver con sus propias vidas.
¿En qué momento hemos de tomar las riendas de nuestro destino, repito? ¿De qué manera hemos de actuar? ¿En qué consiste la democracia? ¿Llegar hasta el ejercicio del poder, otorga carta blanca para hacer cualquier cosa? ¿Tiene algo que ver la vida cotidiana con las medidas políticas y económicas?
Creo, y lo creo sinceramente, que hemos sido narcotizados mucho más hondamente de lo que parece. La infiltración de los opiáceos no ha sido precisamente superficial. Y si no somos capaces de despertar a tiempo, sucederá lo que barrunto. 
Por si alguien lo duda, y con la misma intensidad, también proclamo que somos inocentes. Que nos hemos fiado, porque sin un mínimo de confianza no hay posibilidad de vivir en sociedad —por rudimentaria que sea su organización—. Creímos que eran fieles guías, y sólo han sido crueles hienas, al servicio de sus verdaderos amos, las verdaderas fieras que pretenden nuestra carne. Nos han ido acorralando, o las serpientes nos han embaucado y, al final, estamos en el borde del precipicio…
Y sin embargo, estoy convencido de que lo más que va a suceder es que la humanidad tendrá que iniciar un nueva civilización.
¿Creo en la esperanza?
Creo en la esperanza y en la misericordia, incluso más allá de la muerte.
Y explicarse más es imposible y parece un contrasentido, pero estoy convencido que esos cadáveres tan muertos a los que interpelo en el poema, no son el último estadio de nuestro ser. Sin embargo, también creo que en nuestra esencia está procurar alcanzar ese escalón final evitando en lo posible que la injusticia y el dolor sea pasto de los más débiles. 
Quizá sólo así podamos ser dignos de misericordia. Quizá sólo así se mantiene viva la llama de la esperanza.