Cómplices

Lunes, 7 de mayo de 2012


Llevo varias horas olvidado del mundo, metido en una tarea divertida, aunque al mismo tiempo algo tediosa. Divertida porque he revivido el mes y medio en que las narices fueron las protagonistas de los microrrelatos de La Esfera Cultural, y tediosa, porque estamos en tareas de corrección de erratas. Sabemos que al final habrá más de una y más de dos, pero lo intentamos, es nuestro deber.
Quizá algo de lo que dicen los relatos, ese par de narices que tantas veces se exige para hacer o decir las cosas, se ha colado en mí y por ello me decido a escribir las líneas que seguirán, que, barrunto, serán excesivas, pero que no puedo ni quiero aliviar.
Cuando he dejado la tarea de corrector de pruebas, vuelve a mí la sensación de confusión que me atosiga durante toda la jornada y que, una vez más, tiene que ver con los gobernantes —la clase política en general—, y su capacidad infinita para obviar su verdadera misión: conseguir el mayor bienestar posible de sus pueblos. En este caso, y ya que me refiero a Europa, sus electores.
Sé que muy pocos me leen. Sé que mis palabras tienen la misma trascendencia que los trinos anónimos de algún anónimo gorrión de invierno, pero si no escribo lo que pienso, sé que no dormiré bien…
Los resultados electorales en Grecia debieran ser un aviso para la clase política del continente. De algún modo la primera vuelta de las presidenciales francesas también deberían significar un aviso. La presencia de la ultraderecha en el gobierno holandés, tampoco es ninguna broma. Las encuestas que trascienden desde otros puntos del continente apuntan a lo mismo.
La población europea, la ciudadanía, de donde emana el poder, esa ciudadanía donde reside la soberanía, empieza a refugiarse en el miedo. Empieza a dar la espalda a los partidos teóricamente más europeístas y que hasta estos momentos, han servido para cohesionar la convivencia y vertebrar nuestra democracia. Por muy imperfecto que sea, se trata de un sistema que, al menos hasta la fecha, ha permitido vivir al continente europeo una de las etapas de su historia más prósperas, pacíficas y llenas de libertades.
Sin embargo Europa viaja hacia el colapso a raíz de la crisis causada por la ambición desmedida del sistema financiero, ayuno de controles por parte del Estado, quien ha abandonado a su suerte a los ciudadanos en beneficio del capital en un acto de irresponsabilidad política consistente en entonar al unísono el himno al neoliberalismo más absoluto y salvaje.
Me gustaría no ser tan dramático. Busco en mis reflexiones y en mis palabras la mayor cantidad posible de sosiego y frialdad, pero se hace complicado, cuando, por más vueltas que uno dé a los asuntos, sólo ve lo mismo.
A mi modo de ver, Europa lleva cuatro o cinco años —quizá más— sufriendo el ataque orquestado por parte de los grandes poderosos de la tierra. Estos poderosos no son sólo los gobiernos (aunque alguno de ellos como el de USA, Japón, Rusia y China no sean ajenos del todo), sino un holding formado por grandes multinacionales cuya desmesurada riqueza se fragua en su intangible deslocalización y en la globalidad del Mercado, algunos políticos y algunos poderes fácticos de difícil clasificación. Una Europa unida, una Europa de las libertades individuales y colectivas, una Europa de los ciudadanos, una Europa definida por el estado del bienestar, una Europa preocupada por el avance real del ser humano dentro de un planeta habitable por y para todos, es un atentado contra el verdadero gobierno del mundo: el neocapitalismo salvaje, ese nuevo becerro de oro al que se adora sin mayor miramiento.
En el fondo se podría simplificar todo lo anterior. En el fondo se trata de una batalla, una batalla feroz cuyo único resultado posible parece ser la victoria de uno y el exterminio de otro. Se trata de la batalla entre el sistema de vida europeo y el estadounidense (abrazado también por Japón y en vías de serlo por Rusia y China). No se trata de ideologías, se trata de la batalla entre quienes sólo creen en la ley del más fuerte (provengan o no del comunismo) y quienes creen en la ley de la inteligencia, la creatividad, la solidaridad y el amparo de quienes son más débiles dentro del sistema.
Buena parte de los gobiernos de Europa abjuraron de su sistema principal de valores, volviéndose hacia ese nuevo dios, seducidos por la avaricia absoluta de sus banqueros. Estos mismos gobiernos [en muchos casos, como el nuestro, presos del sistema financiero al que se deben con total pleitesía, pues los bancos permiten la supervivencia de los partidos políticos de donde nacen los gobiernos] hicieron dejación de sus funciones basándose en demenciales teorías neoliberales. Estos mismos gobiernos se llenaron de economistas que crearon una especie de lenguaje y sistema esotérico que convierte en beneficio, aquello que antaño era un gasto, y llama falta de liquidez transitoria, a no tener un duro en el bolsillo. Y  nosotros, los ciudadanos o no pudimos o no quisimos recordar que ni los perros se atan con longanizas, ni se dan duros a pesetas, y olvidamos que la avaricia rompe el saco. Vivimos en la Europa de los mercaderes, como muchos pronosticaron cuando se discutió el famoso tratado de Mastreech, aunque nunca entrara en vigor. Tal es así, que desde hace unos años, nadie se ruboriza cuando habla de que los mercados tal, o los mercados cual.
Pero todo esto con ser grave, aún no es suficiente. El concepto Europa es el que amilana o puede amilanar a ese conjunto de poderosos. La suma de algunos países europeos no produce ningún escalofrío, pero la idea de Europa, sí. Como ellos saben, pues son los sumos pontífices del capitalismo financiero, una moneda común es el paso más decisivo para aunar pueblos, fortaleciéndolos.
Grecia (cuna de la civilización que va camino de la autodestrucción) es la primera grieta en esta embarcación. Y los griegos han sufrido amputaciones en vivo, sin anestesia. Nosotros,estamos siendo los siguientes.
A nadie en su sano juicio puede extrañarle que casi un once por ciento de los votantes hayan optado por el partido neonazi griego. Un partido que no se recata en disimular su iconografía, ni sus gestos, ni sus actitudes, como si estuviéramos en los primeros años treinta del siglo XX. Y digo que a nadie puede extrañar, ni nadie debería rasgarse las vestiduras, porque el miedo es libre y porque la decepción también, y porque quien ve acercarse la pobreza a su vida es capaz de cualquier cosa, y porque los partidos políticos tradicionales (socialdemócratas y conservadores, para entendernos) son sólo un brazo armado de los que nos conducen a la miseria.
Desde la perspectiva de los Mercados, Europa crecerá cuando el valor de un trabajador sea similar al de otro trabajador en los llamados países emergentes, o del tercer mundo, donde los derechos laborales son quimeras.
Es hora de que algún político europeo mire un poco más allá. Es hora de que los sindicatos (dormidos en sus laureles acomodaticios, quizá descabezados en muchos lugares), se den cuenta de que mantener los niveles de dignidad de la mano de obra europea, depende de que la dignidad de la mano de obra no europea ascienda muchísimos peldaños. Es hora de que alguien arrostre con determinación la situación en que nos encontramos y desenmascare la verdadera intención de quienes rigen nuestros destinos. Alguien o algunos desean que llegue el enfrentamiento en Europa, para acabar con nuestro sistema de libertades. No sé si buscarán guerra o revolución, pero nos encaminan hacia ello.
Si no se hace frente a esta situación, y no se hace ya, el sistema no tiene valor, ni sentido. Por tanto los votantes —mucho más sabios que todos los gobernantes juntos— preferirán regresar al punto de partida previo. Europa desmembrada en países. Sólo cuatro de ellos con cierta notoriedad en la economía mundial, aunque por separado esa fuerza es más bien simbólica. El resto en caída libre, en una especie de infernal marcha atrás.
No sé si así será mejor. No sé si a algunos políticos europeos, incluso les interesa semejante escenario. Lo que tengo claro es que el tiempo camina en nuestra contra. El sistema se resquebraja, y no se podrá acusar a los ciudadanos de haberlo roto, habrán sido los propios dirigentes que han preferido servir al dinero y no a sus pueblos.
Hoy mismo España es escenario de un buen (mal) ejemplo. La cuarta entidad financiera del país, parece que puede ser saneada a través de una transfusión de capital procedente del propio Gobierno en una cuantía aproximada de diez mil millones de euros. Casualmente (¿casualmente?) esos miles de millones son los mismos que idéntico Gobierno pretende que las Comunidades Autónomas recorten en ‘gastos’ sanitarios y educativos.
[¿Sería posible saber la cuantía de los préstamos suscritos por los partidos políticos con esta entidad financiera?].
Por suerte (al menos en su declaración de intenciones) el próximo presidente de la República francesa, Monsieur Hollande, ha proclamado que la austeridad no es el único camino posible, ha declarado además que hacen falta sesenta mil docentes más en su país. Él sí ha entendido que la educación es la mejor inversión de un Estado, nunca, en ningún caso, un gasto.
Se acerca el primer aniversario del 15M. Ya hay convocadas acampadas, manifestaciones y otro tipo de acciones. Hoy mismo el gobierno de España ha dado motivos más que suficientes para unirse a ellas. Si entregar 10.000.000.000 de euros a una de las entidades causantes del abismo en que se encuentra este país, es preferible a invertirlos en sanidad, educación o investigación científica, están pregonando con total claridad que el sistema en que vivimos ha degenerado hasta convertirse en una absoluta porquería, este sistema ya no merece ni un segundo más de nuestro tiempo.
Ellos viven en un mundo diferente al nuestro; sus problemas no son los nuestros; sin embargo, sin nosotros no tienen sentido. ¿Qué hubiera pasado en Grecia, por ejemplo, si el cien por cien de los electores se hubieran abstenido, como planteaba Saramago en su novela?
Nuestro mundo es el único real, aunque acabemos en poco tiempo estercolando el territorio. Quizá merezca luchar por él hasta el final, pues el mundo al que nos llevan no merece la pena ser vivido.