Cómplices

Miércoles, 16 de mayo de 2012


Algunas veces tengo la impresión de que vivimos en una sociedad un poco necrófaga, especializada en obituarios y panegíricos. La exaltación de los muertos famosos es como una actividad de obligado cumplimiento. Quizá porque es preferible estar vivo, desde los medios de comunicación se espera a que los grandes mueran para nutrir sus titulares de cabecera con un ejercicio laudatorio sin miramientos, sin complejos, sin vergüenza. Por mucho que se alaben los logros de quienes acaban de morir, su posición no es nada envidiable. Es como si escribiendo sin recato y sin cortapisas sobre sus virtudes humanas y profesionales, más que subrayar sus méritos, recalcásemos la constancia —aún— de nuestros latidos. Y no es que los méritos del que acaba de morir sean escasos, sino que algunos halagos suenan a gemido ensayado y artificial de plañidera profesional. Pocas veces estos artículos recuerdan el verdadero dolor que despedaza el corazón de la pareja enamorada, o de un verdadero amigo, o de un familiar que aún quiere a esa persona, de la que sólo se puede contemplar ahora su cuerpo frío, inerte, deshalitado.
La muerte de Carlos Fuentes, mejor dicho, los ríos de tinta que ha provocado este suceso, son un ejemplo. No digo yo que todos quienes han glosado su obra y su vida no lo hayan hecho con verdadero sentimiento, incluso con emoción. Pero es demasiado evidente que varios de esos artículos o notas, son una declaración de existencia de sus firmantes, apenas una leve faena de aliño insustancial, en la que lo único que importa es la rúbrica de ese suelto o esa columna: un pésame ritual.
En algún caso he tenido una sensación que me ha producido más tristeza aún. (Probablemente sea un mal pensar por mi parte). Es como si se pudieran adivinar sentimientos poco confesables hacia la celebridad y notoriedad del muerto. Si existiera una máquina capaz de escanear el sentir invisible de quien lo ha escrito y que aún late bajo las palabras, quizá se descubrieran secretos poco convenientes.
Hoy ha tocado con el escritor mexicano, otro día fue o será otro. Da lo mismo.
Aunque a Carlos Fuentes no le faltaron premios, distinciones y homenajes, ni siquiera le faltó lo primordial para un escritor, lectores —en su caso numerosos, aunque siempre escasos para la calidad de su obra—, llegado este momento, a uno le da la impresión de que no fueron suficientes.
Ahora comenzará la segunda parte de su existencia entre nosotros, que no sabemos si será larga o breve, la que provocará la sucesiva e inmediata reedición de su obra. Por alguna razón extraña (para mí misteriosa), casi siempre un escritor famoso y muerto es más rentable para las editoriales que estando vivo.
Por suerte para nosotros y futuras generaciones, su obra quedará y eso es lo que realmente importa. A él le importó escribirla y lo consiguió. A nosotros nos queda beber y alimentarnos en ese manantial. Y como siempre suele decirse en casos similares, el mejor homenaje sería leer o releer alguna o muchas de sus novelas.
Por mi parte espero hacerlo pronto.