Cómplices

Viernes 18 de mayo de 2012




Todo comenzó ayer por la mañana, cuando mi hija me envió un SMS preguntándome si tenía algo sobre la poesía española de los cincuenta.
Le pedí, por el mismo medio, que concretara un poco más, pues preguntar aquello y no preguntar nada era lo mismo. Me contestó citando a Claudio Rodríguez, y el inicio de uno de sus poemas incluidos en El don de la ebriedad: “Como si nunca hubiera sido mía, / dad al aire mi voz y que en el aire / sea de todos y la sepan todos”.
En ese momento, aún en la oficina, sólo podía asegurar que me sonaba muy vagamente, como si fuera un rostro con el que uno se ha cruzado en alguna ocasión por la calle.
Al volver a casa, busqué el libro y encontré el poema. Lo leí despacio y en algún lugar de mi interior, algo explotó. Fue como un cañonazo que precipitó un alud interno. Supe o intuí o sentí que era de aquello, precisamente de aquello, de lo que necesitaba escribir, como si allí hubiera un taponamiento que estaba cerrando el paso a una corriente de agua, más o menos poderosa. Eso el tiempo lo irá determinando.
Luego la noche se tornó en el territorio donde el poeta intenta encontrar el verso. A veces los poemas aparecen y se distinguen con cierta nitidez; pero en otras ocasiones se comportan como gatos esquivos en medio de la oscuridad. Apenas se les distingue el fulgor de sus pupilas. Ese territorio de la nocturnidad no es el mejor para mí, desde hace muchos años me muevo con más soltura —o eso creo— en la mañana, pero hay ocasiones en que nada ajeno a uno importa. Crece el poema entre los dedos y va formándose.
Pero no me atreví a publicarlo. Sentía que le faltaba algo. Sentía que necesitaba un reposo para que mi impulso no resultara el impulso un poco irracional del primer momento.
Supongo que si hoy, tras los retoques correspondientes, hubiera decidido esperar a mañana por la mañana, también hubiera cambiado alguna palabra, algún verso. De hecho es posible que aún suceda. El blog tiene la particularidad (para mi modo de entender esta cuestión) de no ser nunca la versión definitiva, aunque a veces lo haya sido. Este cuaderno virtual es, ante todo, cuaderno, es decir proceso, posible enmienda o tachadura, casi una criatura viva.
Pero en este caso más que la forma concreta del poema, más que sus versos, me urgía para su publicación, el asunto, la idea que lo hace palpitar y que no sé con qué torpeza o habilidad he dejado en su última estrofa:
Debería mi voz arrodillarse, y muda / ante el limo de lágrimas y barro, / debería mezclarse con los gritos / olvidando su rúbrica y su gesto, / ser harina, molienda triturada, / apenas dócil hostia donde habite / la esencia del latido de los hombres.