Escribir una página, aunque sea de
un párrafo, es permitir que un nudo de ansiedad se descomponga para siempre. Y si
mañana vuelve a enredarse, será otro bien distinto, por mucho que sus hilachas
sean las mismas.
Escribir una página, aunque
sea de dos párrafos, es permitir encauzar los detritos de la vida; pero también
es urbanizar los propios sentimientos y el entendimiento del caos que me rodea.
Como trazar avenidas, plazas, calles, jardines o parques que hagan más
habitable una vida demasiado caótica y salvaje.
Escribir una página, aunque
sea de tres párrafos, es clavar una daga definitiva al olvido. Quizá el
recuerdo no sea la verdad (¿hasta dónde existe la verdad?), ni siquiera cuando
se trata de la memoria del preciso instante, pero es la huella que queda de un
tiempo que nunca se repite en la sucesión encadenada de este presente perpetuo.
Escribir una página, aunque
sea de cuatro párrafos, es decorar con espejos las estancias. Un día, si se torna
la mirada a aquella frase, a aquel verso, podría suceder un pequeño
acontecimiento, no más destacable que un trino pajaril en mitad del trinar
verde de la arboleda: resucitan recuerdos sujetos a eslabones más o menos recónditos
de la memoria. Y, al mismo tiempo, sucede que cambian, se metamorfosean por acción
de la vida sucesiva, superpuesta. No es igual, no porque algo haya cambiado en
su esencia, sino porque se han alterado las circunstancias de tal modo que su
presencia en tonos sepia afecta de manera diferente. A veces cualquier detalle
otrora insignificante, cobra la fuerza de las delaciones; otros recuerdos que en
su momento parecían dardos envenenados y clavados en alguna sístole del corazón,
son pálidos reflejos, apenas huellas esfuminadas que provocan leves sonrisas
melancólicas.
Escribir una página, aunque
sea de cinco párrafos, es como hollar la orilla de una playa. Nada es
definitivo. Parece paradójico, pero poder recordarlo de cuando en cuando, es la
prueba más evidente, porque uno comprende lo relativo de la dicha y del
sufrimiento, de las metas alcanzadas y de los fracasos vividos. Aquel dolor de
antaño, alumbra la alegría presente; aquellas miradas como besos, hoy rocían desasosiegos.
Escribir una página, aunque
sea de seis párrafos, es el bálsamo de fierabrás por el que suspiraba don
Quijote. Aunque un analgésico no es importante para casi nadie, salvo para
quien soporta la jaqueca o el esguince en el tobillo de la existencia, escribir
una página es como tomarse un analgésico. Uno siente que la angustia se
desanuda hasta desintegrarse en el cauce de la vida. Un analgésico que no
importa a casi nadie, salvo a quien lo necesita.