Cómplices

Domingo, 24 de junio de 2012


Escribir una página, aunque sea de un párrafo, es permitir que un nudo de ansiedad se descomponga para siempre. Y si mañana vuelve a enredarse, será otro bien distinto, por mucho que sus hilachas sean las mismas.
Escribir una página, aunque sea de dos párrafos, es permitir encauzar los detritos de la vida; pero también es urbanizar los propios sentimientos y el entendimiento del caos que me rodea. Como trazar avenidas, plazas, calles, jardines o parques que hagan más habitable una vida demasiado caótica y salvaje.
Escribir una página, aunque sea de tres párrafos, es clavar una daga definitiva al olvido. Quizá el recuerdo no sea la verdad (¿hasta dónde existe la verdad?), ni siquiera cuando se trata de la memoria del preciso instante, pero es la huella que queda de un tiempo que nunca se repite en la sucesión encadenada de este presente perpetuo.
Escribir una página, aunque sea de cuatro párrafos, es decorar con espejos las estancias. Un día, si se torna la mirada a aquella frase, a aquel verso, podría suceder un pequeño acontecimiento, no más destacable que un trino pajaril en mitad del trinar verde de la arboleda: resucitan recuerdos sujetos a eslabones más o menos recónditos de la memoria. Y, al mismo tiempo, sucede que cambian, se metamorfosean por acción de la vida sucesiva, superpuesta. No es igual, no porque algo haya cambiado en su esencia, sino porque se han alterado las circunstancias de tal modo que su presencia en tonos sepia afecta de manera diferente. A veces cualquier detalle otrora insignificante, cobra la fuerza de las delaciones; otros recuerdos que en su momento parecían dardos envenenados y clavados en alguna sístole del corazón, son pálidos reflejos, apenas huellas esfuminadas que provocan leves sonrisas melancólicas.
Escribir una página, aunque sea de cinco párrafos, es como hollar la orilla de una playa. Nada es definitivo. Parece paradójico, pero poder recordarlo de cuando en cuando, es la prueba más evidente, porque uno comprende lo relativo de la dicha y del sufrimiento, de las metas alcanzadas y de los fracasos vividos. Aquel dolor de antaño, alumbra la alegría presente; aquellas miradas como besos, hoy rocían desasosiegos.
Escribir una página, aunque sea de seis párrafos, es el bálsamo de fierabrás por el que suspiraba don Quijote. Aunque un analgésico no es importante para casi nadie, salvo para quien soporta la jaqueca o el esguince en el tobillo de la existencia, escribir una página es como tomarse un analgésico. Uno siente que la angustia se desanuda hasta desintegrarse en el cauce de la vida. Un analgésico que no importa a casi nadie, salvo a quien lo necesita.