Cómplices

Martes, 26 de junio de 2012


Este calor pesado, casi aciago, invita a la hibernación, si es que esto no fuera un enorme contrasentido.
Invita a una pereza provocada por la somnolencia casi continua que (de nuevo otra paradoja) causa la baja calidad del sueño nocturno.
Las ideas (aunque sean tan anodinas como las mías) provocan sudores.
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Hoy me han hecho análisis de sangre, algo así como las pruebas que darán como resultado el dibujo de mi organismo. Será un retrato externo y abstracto y químico, por mucho que mi sangre sea mi esencia, pero servirá para determinar las proporciones que determinarán mi estado de salud. Algo rutinario, por otra parte. No podrán los analistas llegar a mis sentimientos, a mis sueños, a mis dudas, a mis miedos, es decir, a la verdad más profunda de todas, a esa que sólo yo barrunto —ni siquiera estoy en posesión de toda mi verdad— y quizá ese buen Dios del que últimamente voy perdiendo la pista.
A veces, aunque quizá con menos frecuencia de lo que debería, me pregunto si es él quien se aleja, o soy yo quien huye de su mirada. O, por el contrario, esta aparente ausencia, en verdad es la presencia más poderosa que nunca he tenido de Él. Y sin embargo decir esto es negar las evidencias de sus huellas.
Lo de siempre. ¿Casualidad, causalidad?
A lo mejor, como sucede con la poesía, el único modo de hablar con él es eliminar todos los intermediarios y dirigirse directamente al mismo centro del silencio.
Justo donde el vacío y el silencio tengan más apariencia de nada, allí estará, pues su palabra tiene más que ver con el murmullo que con el grito, con la contemplación que con la liturgia, tal y como han demostrado quienes mejor le conocieron…
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Aunque sea caliente, comienza la brisa a revolotear dentro de esta casa.
¿Casualidad, causalidad?