Sustraerse a la información (o al
fragmento de información que se nos facilita desde los medios) es muy difícil. Cuando
se viven tiempos difíciles como los actuales, además, parece una
irresponsabilidad no saber casi en tiempo real de qué modo nos van seguir
haciendo daño.
Sin embargo, a veces sucede
que por diversas razones, uno consigue avanzar a lo largo del día sin que las
noticias golpeen en los sentidos, con lo que no llegan a mí.
Y el mundo continúa. Seguro
que se mueve (aunque esto no lo note), el calor del sol calienta la piel, el
bullicio de la ciudad sigue sus ritmos propios, la actividad en la oficina
requiere de la concentración adecuada. Cada uno, cada vida, tiene su propia
dificultad o su propio reto…
No pueden ser muchas horas,
sin embargo, las que transcurran aislado. Alguien, a tu lado, acaba por poner
la radio, o te cuenta que acaba de poner la radio y ha escuchado que uno de los
gendarmes de nuestro país (hay más de uno) ha ordenado que avancemos otros dos o
tres pasos más hacia el abismo. La diosa Macroeconomía así lo ha decretado tras
aplicar su omnipotente sapiencia que se basa en gráficas, números, porcentajes, horrendas criaturas sin alma, ajenas al dolor y al sufrimiento que algunos de esos datos ensombrecen.
Se trata de una religión
dura, de una diosa cruel y sanguinaria que sólo se sacia con la sangre de sus víctimas.
¿No había un cuento en que
alguien cebaba a los niños con todas aquellas viandas que más les gustaban para
que engordaran a su gusto y cuando habían alcanzado el aspecto adecuado, se los
zampaba? Quizá no fuera así, quizá fuera algo parecido.
En los últimos días (barrunto que de modo orquestado), se acusa sutilmente a los
ciudadanos de los excesos que hemos cometido durante las épocas en que el único
límite para el gasto parecía ser nuestra capacidad de imaginación.
La base (se nos decía con
la voz hueca de los gurús encargados de estas cosas) era que se gastara, que
las familias consumieran, así la industria crecía, se generaba riqueza, etcétera,
etcétera.
Ahora los mismos gurús
disfrazados de centinelas o de enterradores, rasgan sus vestiduras, y como
tutores enloquecidos y rabiosos, piden contención en el gasto, más impuestos,
menos sueldos… ¿No se usaban términos similares en las épocas feudales, cuando
el señor del castillo estrujaba a sus vasallos, reduciéndoles los márgenes de beneficio, mientras los gritos desaforados
de sus orgías construían estelas en medio de la noche?
Hoy todos esperan los
resultados en las elecciones griegas.
No soy tan optimista. Al final
la sabiduría ejemplar del pueblo griego se resumirá en un oráculo, como el de
Delfos. Y, efectivamente, habrá verdad en lo que diga.
Sin embargo el problema no
será el oráculo, sino quien lo interprete. Y la interpretación (así se puede
concluir de algunas noticias aparecidas) ya está escrita. Mejor dicho, hay más
de una respuesta. Todos sabemos el resultado final: si no se van, se les echará, salvo que acepten unas condiciones casi irresponsables. Ahora depende de ellos
elegir una vía u otra. Los más sabios, los más dignos, los más inteligentes
preferirán irse. Pero tampoco esto quiere decir gran cosa. Como también se
apunta en algún artículo, el agravamiento de la crisis acrece los sentimientos
xenófobos y nacionalistas.
Época de aullidos: homo
homini lupus. Hobbes dixit.
Dicho todo lo cual, afirmo
que el sol brilla y calienta, las golondrinas, aviones y vencejos circulan a
toda velocidad sobre los suaves toboganes de la brisa.
Quizá esa diosa voraz y
cruel, aún no sepa que es un mero ídolo. Quizá sus adiposos sacerdotes no sepan
que van a perecer devorados por su propio ídolo.
Entretanto deberíamos
hablar de lo que importa, aunque nos cueste. Entretanto deberíamos tener claro que la economía se hizo para el hombre y no el hombre para la economía.