Tengo verdaderos deseos de
continuar dejándome acariciar por esta desgana absoluta. Y si tengo tanto afán
es porque, probablemente, lo necesite. Así que mejor hacer caso a esa voz
interna que me empuja a la lectura y al silencio. Como mucho a intentar
decantar algunos versos.
Hay demasiada inquietud en
mí, demasiado desasosiego. Toda esa carga de angustia o miedo o melancolía,
todo ese potaje de tormentas, precipicios y rebeldías, quizá se me esté
atragantando.
No lo sé muy bien.
En otras ocasiones, cuando
esa acidia me invade, noto lo contrario, es decir, me siento muy a disgusto con
semejante sensación; pero ahora, no. Ahora me cuesta trabajo lo contrario.
Mejor acoger los tiempos
como van viniendo. A lo mejor no es pura pereza (esa que nos enseñaron a sentir
como pecado), sino más bien necesidad de capear los temporales para salir de
ellos lo menos herido posible. Aunque uno sepa que ileso es imposible salir, anhela que los daños no sean irreparables.