Cómplices

Lunes, 16 de julio de 2012


El regreso a la cotidianidad, es el regreso a la monotonía de las prisas, del sentimiento de no llegar a donde se pretende. Algunas veces la lentitud está llena de más sorpresas, pero sobre todo de más intensidad.
El ocaso de la tarde ejecuta una hermosa declinación de azul, luz y transparencias, acompañadas por el ritmo cálido de la brisa que casi es viento.
Esto es hermoso. Y es hermosa su piel.
Lo demás es un circo triste.
Produce dolor la miopía y el miedo de quienes deberían administrar los recursos y las potencias, pero en realidad se dedican a cercenar las ilusiones (aunque no de todos, claro está) y a cumplir sin rechistar la orden de trasladarnos al abismo. El ataque a la disponibilidad de tiempo del personal al servicio de las administraciones públicas, en realidad es un modo manifiesto de no querer resolver el paro, con excusas y discursos del todo enquistados en la mentira.
Pero no todos están por la labor de caminar embozalados y obedientes hacia el precipicio y han comenzado a negarse.
Como era de suponer, los canes que controlan la manada ya ladran y arrojan palabras que tienen que ver casi con lo sagrado, apelando a ese famoso destino común en lo universal.
El guión avanza. Repito su argumento fundamental: nos pretenden esclavos, sin herramientas para el pensamiento libre, jóvenes y fuertes. A partir de cierta edad o de la decrepitud somos lastre que no están dispuestos a acarrear. Quien pueda (valdría decir, quien tenga) que se salve a sí mismo.
El dolor y la ira cada día que pasa anida en más corazones. Quizá también el miedo.
No son los mejores ingredientes para un guiso.
Algunos siguen predicando la paz de los cementerios, pero la única paz posible es la que nace de la justicia o, al menos, está alejada de la injusticia.