El regreso a la cotidianidad, es el
regreso a la monotonía de las prisas, del sentimiento de no llegar a donde se
pretende. Algunas veces la lentitud está llena de más sorpresas, pero sobre
todo de más intensidad.
El ocaso de la tarde
ejecuta una hermosa declinación de azul, luz y transparencias, acompañadas por
el ritmo cálido de la brisa que casi es viento.
Esto es hermoso. Y es
hermosa su piel.
Lo demás es un circo
triste.
Produce dolor la miopía y
el miedo de quienes deberían administrar los recursos y las potencias, pero en
realidad se dedican a cercenar las ilusiones (aunque no de todos, claro está) y
a cumplir sin rechistar la orden de trasladarnos al abismo. El ataque a la
disponibilidad de tiempo del personal al servicio de las administraciones públicas,
en realidad es un modo manifiesto de no querer resolver el paro, con excusas y
discursos del todo enquistados en la mentira.
Pero no todos están por la
labor de caminar embozalados y obedientes hacia el precipicio y han comenzado a
negarse.
Como era de suponer, los
canes que controlan la manada ya ladran y arrojan palabras que tienen que ver
casi con lo sagrado, apelando a ese famoso destino común en lo universal.
El guión avanza. Repito su
argumento fundamental: nos pretenden esclavos, sin herramientas para el
pensamiento libre, jóvenes y fuertes. A partir de cierta edad o de la
decrepitud somos lastre que no están dispuestos a acarrear. Quien pueda (valdría
decir, quien tenga) que se salve a sí mismo.
El dolor y la ira cada día
que pasa anida en más corazones. Quizá también el miedo.
No son los mejores
ingredientes para un guiso.
Algunos siguen predicando
la paz de los cementerios, pero la única paz posible es la que nace de la
justicia o, al menos, está alejada de la injusticia.