Cómplices

Domingo, 8 de julio de 2012


Llegó el viernes el envío de los libros desde Sevilla. Otra vez la generosidad de Javier Sánchez Menéndez me desborda. Percibo, en la variada selección recibida, que su inquietud editora permanece vivísima. Continúan siendo exquisitas en su sobriedad las ediciones de los textos, y crecen las colecciones en las que su búsqueda de luz ordena a los poetas y a la poesía.
El individuo sólo puede ser uno dedique su tiempo a lo que lo dedique. Probablemente sea imposible distinguir el latido que da vida a sus textos, del latido que empuja su labor editora, sobre el que prevalece —intuyo— el afán lector. La Isla del Siltolá comienza a ser, si es que no lo es ya, ese lugar y ese modo de ser que podría alcanzar la categoría de punto de encuentro, más aún que el de referencia, acaso llegue a ser, remedando el verso magistral de Antonio Colinas, uno de esos bosques en cuyo centro uno se sienta y respira y al respirar se funde con la esencia de lo que somos, y se hace más consciente de ello, porque en respirar está la esencia de la propia vida, mejor dicho, el pivote imprescindible sobre el que se apoya la existencia.
Si uno lee los textos de JSM, siente —al menos es mi percepción— que esa es su verdadera pretensión: avanzar hacia el centro del bosque, a ese lugar donde la luz, como un manantial irresistible e inagotable, dé el verdadero sentido de la vida. Claro que Colinas lo dice mucho mejor en su Canto XXXV que él mismo destaca, subraya y significa en un ensayo donde analiza las etapas y evolución de su propia obra, como uno de los momentos clave de su poética, tal que una indicación en el camino, uno de esas composiciones que indica la variación del rumbo de una obra:
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca en la boca cerrada de secretos,
respiro con la sabia de los troncos talado,
y, como roca, voy respirando el silencio
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.