Pasan los minutos, las horas,
los días, las semanas… Un fluir de tiempo hacia ese mar, también llamado
muerte. Pero, entretanto, uno siente que ese fugaz paréntesis inserto en el
eterno circular del cosmos, no debería encarnarse de desasosiego, cuando no
ira.
Uno entiende y percibe que
llegará a su meta inevitablemente; pero también intuye que la dosis de dolor a
la que le someten es más alta de la necesaria, de la que le corresponde.
Siento que nos cargan sobre
los hombros impedimentas que no nos corresponden. O, por decirlo con un poco más
de precisión, hay quienes contemplan nuestro exceso de equipaje con las manos
en los bolsillos, manoseando con avaricia las posesiones que ni siquiera van a
diezmar para que el barco navegue con menos lastre, o con más seguridad en
medio de esta zozobra que amenaza con convertir la nave en un pecio inservible,
en un galeón cargado de un tesoro que los filibusteros están esperando a que
encalle definitivamente, o se hunda y naufraguemos.
Algunos llenan su boca con
palabras que apelan a conceptos como patria o similares, y sin embargo sólo
vigilan, cuidan y ponen a salvo sus inmensas pertenencias. Mientras, las
necesidades más acuciantes comienzan a ser parte insustituible de la dieta de más
personas.
Empiezo a sentir que cada día
que pasa tengo menos que perder, pues cada día me despojan un poco más de
tiempo, de dignidad, de dinero, de ilusiones…
Al menos podrían ser
sinceros. Al menos podrían decir a las claras que a ellos la palabra España les
importa lo mismo que a mí una cáscara de plátano. A ellos sólo les interesa su
propia piel, pero han disfrazado ese interés de palabras y expresiones que
logran engañar, aún (y todavía no entiendo por qué sucede esto), a muchos cuyo
corazón es pura bondad y su mente idealismo. Han vendido nuestra tierra (como
tantas veces han hecho los poderosos a lo largo de la historia) al mejor
postor, pero ellos han salvado lo suyo, suponiendo que en esta tempestad huracanada hayan aprovechado para acrecentar aún más el peso de sus cuentas.
A nosotros nos empujan al
desasosiego, a la ira, y a la desesperación; pero la vida (la nuestra, la suya)
tiene asuntos más importantes y más dolorosos que dirimir. Muchos no podrán
soportar tanta carga, la suya y la impuesta.
Estamos en manos de
monstruos insaciables cuyas acciones parecen fruto de la estupidez, la
estulticia y la cobardía, pero en realidad, ellos cumplen con la obligación que
se espera de los perros bien amaestrados.
Caminamos, mientras muerden nuestros calcañares, hacia el abismo o la esclavitud, pero ellos continuarán ladrando su sinfonía.