Cómplices

Miércoles, 11 de julio de 2012


Cuando la luz alumbra la noche habiendo nacido desde las más hondas entrañas de la tierra, quienes viven bajo candelas artificiales deberían abrir los postigos de las ventanas que les ciegan y ocultan la vida.
Pero no habrá muchas opciones. El camino está trazado de antemano. Asistiremos a la agonía escuchando el lamento hipócrita de las hienas hambrientas y cobardes. Quizá todavía algunos no sepan cuánta sangre regará un territorio que será fantasma. Lo peor es que no importan los féretros, ni siquiera importan las lágrimas.
¿Por qué todavía invocamos el nombre de una tierra, como argumento para explicar lo inexplicable, si es que esa tierra ha tenido que entregar las llaves de sus puertas?
¿Nadie percibe en el aire el olor de la afrenta? ¿Nadie escucha aún el sonido de las argollas que uncirán nuestro cuello?
Sólo hay dos cosas claras.
La primera: a veces, la luz alumbra la oscuridad naciendo desde lo más oscuro de las entrañas de la tierra.
La segunda: una ley desconocida, de brevedad inquietante está escrita en el código genético de las hienas: prohibido dimitir, ni aunque esté en juego la dignidad de los carroñeros.