Cómplices

Jueves, 19 de julio de 2012


Para escuchar el murmurio del agua y descubrir el lugar donde la fuente mana, sólo son necesarias pocas cosas: que los oídos miren como ojos anhelantes, que los ojos escuchen como oídos de enamorado, que la piel acaricie los perfumes como la nariz acaricia cada uno de sus poros; entonces sólo restará gustar la transparencia que sacia la sed y descansa los corazones.
Y, sin embargo, uno sigue oyendo las lágrimas, mirando el griterío tumultuoso, acariciando el pútrido cadáver de la melancolía y oliendo la pústula del miedo.
Sé a dónde ir, porque sé adonde mana la fuente, pero no sé si debo arrancar mis pasos, o quizá no me corresponde a mí beber de esa agua que mana y cura.