A veces la mirada, tal
que imantada, se prende sobre lo que pretenden quienes nos dirigen. Como si
fuera un auténtico niño sin seso, entro en el juego y dejo allí, reposada, mi
atención, como si fuera lo único que importa.
Llevamos varios años en que sólo la
economía (la suya, la de los números inasibles, innegociables, incomprensibles)
ha de importarnos. El bombardeo es sistemático, dirigido, manipulador, pues
sólo pretende un objetivo: asumir que el único modelo económico posible es el
que se plantea desde los postulados neoliberales, neoconservadores,
neocapitalistas, en fin y en resumen, neoesclavistas. Parece que hemos recibido
clases aceleradas de economía aplicada y como buenos españoles nos hemos
apasionado y así como la mayoría llevamos dentro un seleccionador de fútbol,
parece que también llevamos un economista incorporado entre la camisa y la piel.
¿Es realmente su economía lo único que
importa?
Niego la mayor: no sólo no es lo único
que importa, sino que no importa absolutamente nada. El problema empieza cuando
su economía, esos números como víboras, muerde la nuestra, la de andar por
casa, la de comprar el pan, una nevera o ir al cine. Y aún así, sigo pensando
que esta economía real —por cotidiana, próxima e inexorable— tampoco es lo
fundamental.
El resto de las cosas que ocupan los
minutos de nuestras vidas, son las realmente importantes: la salud, el amor, la
amistad, los miedos, las alegrías, aquello que nos rodea...
Sigo creyendo y sigo parafraseando el
texto evangélico: el ser humano no se creó para el dinero, sino el dinero para
el ser humano. Cualquier otra perspectiva es un espejismo maléfico y
torturador..., incluso asesino.