Cómplices

Lunes, 20 de agosto de 2012


Preguntas con los ojos, pues tus labios riman con el silencio (¿un silencio de miedo o de incomprensión?). Preguntas —o me pregunto— por qué escribes, por qué dedicas tanto tiempo a esta tarea que desarbola tantas cosas de la existencia, a esta labor que no te reporta nada, a esta ocupación que te aleja.
La respuesta es tan improbable que se asemeja a otra pregunta. Una contestación que apenas se distingue de la duda en la sutil variación de su melodía, en que no hay hendidura entre dos palabras, en que la tilde de la última letra ha desaparecido.
Podría contestar(me) bien con otras interrogaciones, bien con una afirmación cuyo tono tiene que ver con la resignación o con un sencillo acto que acoge la esencia a pesar de su peso, insoportable y desconocido.
Y hoy —o ahora— te respondo —me respondo—: escribo porque amanece, porque respiro, porque vivo, es decir porque busco, porque viajo ese viaje cuyo final no importa, pues sólo vale el propio viaje, al fin y al cabo su destino ya está escrito. Un periplo de duración indeterminada, al menos indeterminada para mí.
Aunque quizá conviniera matizar: no es un simple viaje, sino una expedición a un territorio cuyos mapas están aún por trazar. No sólo Livingstone tiene derecho a buscar las fuentes del Nilo.
Probablemente cada hombre ha de explorar un territorio para, al menos, acercarse al hontanar donde mana su río. Es verdad lo que escribió el poeta palentino, acerca del río y la vida, del mar y la muerte; pero quizá no sea mentira que lo que importa es marchar curso arriba, camino de la fuente.
O no, quién sabe. Quizá mejor dejarlo aquí y responder sólo que escribo porque amanece, porque respiro, porque busco, porque si no…