Cómplices

Sábado, 4 de agosto de 2012


Ya no son los días tan largos como hace un mes. Se percibe más la diferencia de amanecida, pues aún las anochecidas se dilatan perezosas, y algo zalameras, como si les diera pena abandonarnos.
Me dicen (más de una persona) que últimamente escribo muy negro. No es que vaya a discutirlo, y menos a estas alturas del guión de la película.
La reflexión que me hago, es otra. ¿Se puede escribir en otro tono, sin abandonar el camino que uno transita, y mucho más en los tiempos que corren, cuando el desasosiego parece un alimento sustancial, no sólo de mi dieta, sino del pan cotidiano de esta sociedad?
Y al hacerme la pregunta, el primer impulso, lo sencillo, lo inmediato, es darme la razón a mí mismo, y empezar a completar líneas con argumentos que me justifiquen. Sin embargo, si dejo pasar unos segundos, si concedo el beneficio de la duda a cuantos me advierten sobre el asunto, en fin, si repaso por encima tantas cosas, comienzan a brotar posibles respuestas alternativas; todas ellas respondiendo con una afirmación, aunque sea más bien una afirmación seguida de adversativa, o seguida de concesiva. Pero una afirmación, al cabo.
Suponer que es la primera vez en la historia en que un territorio o una sociedad lo esté pasando mal (tan mal como lo están pasando tantos compatriotas, tan mal como lo están pasando millones de seres humanos en todo el Planeta), es un acto de soberbia de cara a quienes regaron con su sangre y con su hambre estas tierras a lo largo de la historia. Suponer que quien lee, necesita que le repitan del mismo modo lo que ve a cada instante, significa, más que un desconsideración el lector, una evidente muestra de carencia de imaginación y, más aún, una prueba definitiva de la falta de esfuerzo, de la ausencia de verdadero trabajo, y un modo asombroso de dejarse llevar por la fuerza de la corriente.
El anochecer lánguido y zalamero del centro del verano podría ser un buen ejemplo a considerar: se necesita tiempo y calma para que los matices no desaparezcan, porque si tenemos una mirada capaz de distinguir las leves variaciones de las diferentes tonalidades de un color, entonces debemos ser consecuentes con nuestras capacidades.
Quizá sólo se trate de eso.
Y del esfuerzo.