Leí ayer mismo unas líneas
atribuidas a Confucio por el autor. Cito de memoria, así que espero no
destrozar el texto, que venía a decir lo siguiente:
¿Me preguntas por qué siembro
arroz y recojo flores? Siembro arroz para poder vivir y recojo flores para
tener razones por las que vivir.
¿Se puede ser más preciso y
certero, siendo al mismo tiempo tan poético?
En ocasiones se escuchan
preguntas acerca de la utilidad o no de tantas cosas. Pareciera que algo tiene
importancia en función del uso que se le pueda dar. Y así es. El problema no es
que algo sirva o no —todo sirve—, sino para qué.
La gran enfermedad de
nuestra civilización, un cáncer que crece desde hace siglos (no es necesario
que nos auto-flagelemos en exceso), es que considera que las flores, salvo que
se conviertan en comercio, no son razones para vivir, sino adornos, pura
decoración.
La civilización occidental
desde hace siglos —repito— ha cometido la torpeza de entregar el gobierno de
las cosas y del ciclo de la existencia a quienes han decidido que las únicas
razones para vivir son las que traen escondidas cientos y cientos de monedas,
billetes o lingotes de oro. Así, aquello que roza o aspira a la belleza y, además,
se puede obtener gratis, es condenado a la burla, al ocultamiento… Se produce, también, otro efecto dañino. Muchas de las verdaderas flores de la
existencia, o sea razones poderosas para vivir, han sido contaminadas en su esencia
hasta la perversión, y, porque se sabe que son razones para vivir, algunos
pretenden —y consiguen— convertirlas en objeto de su negocio. En demasiadas
ocasiones las flores ocupan el lugar del arroz.
Pero, con ser grave esto, no
es lo peor.
Lo peor empieza el día en
que se descubre que no hay semillas de arroz para sembrar, o que las que existen
están en manos sanguinarias. En ese caso, ni las flores más bellas pueden ser
razón para vivir.
Es quizá, otro mensaje implícito
en la cita: sin los medios básicos de subsistencia, no puede haber razones para
vivir, pues la vida se extingue.
Un estómago vacío se convierte
fácilmente en individuo sin razones para vivir, pero con muchísimas para matar.
Esperar resignación de todos, incluso de la mayoría, no siempre es posible;
mejor dicho, casi siempre es imposible.