Cómplices

Viernes, 17 de agosto de 2012


Leí ayer mismo unas líneas atribuidas a Confucio por el autor. Cito de memoria, así que espero no destrozar el texto, que venía a decir lo siguiente:
¿Me preguntas por qué siembro arroz y recojo flores? Siembro arroz para poder vivir y recojo flores para tener razones por las que vivir.
¿Se puede ser más preciso y certero, siendo al mismo tiempo tan poético?
En ocasiones se escuchan preguntas acerca de la utilidad o no de tantas cosas. Pareciera que algo tiene importancia en función del uso que se le pueda dar. Y así es. El problema no es que algo sirva o no —todo sirve—, sino para qué.
La gran enfermedad de nuestra civilización, un cáncer que crece desde hace siglos (no es necesario que nos auto-flagelemos en exceso), es que considera que las flores, salvo que se conviertan en comercio, no son razones para vivir, sino adornos, pura decoración.
La civilización occidental desde hace siglos —repito— ha cometido la torpeza de entregar el gobierno de las cosas y del ciclo de la existencia a quienes han decidido que las únicas razones para vivir son las que traen escondidas cientos y cientos de monedas, billetes o lingotes de oro. Así, aquello que roza o aspira a la belleza y, además, se puede obtener gratis, es condenado a la burla, al ocultamiento… Se produce, también, otro efecto dañino. Muchas de las  verdaderas flores de la existencia, o sea razones poderosas para vivir, han sido contaminadas en su esencia hasta la perversión, y, porque se sabe que son razones para vivir, algunos pretenden —y consiguen— convertirlas en objeto de su negocio. En demasiadas ocasiones las flores ocupan el lugar del arroz.
Pero, con ser grave esto, no es lo peor.
Lo peor empieza el día en que se descubre que no hay semillas de arroz para sembrar, o que las que existen están en manos sanguinarias. En ese caso, ni las flores más bellas pueden ser razón para vivir.
Es quizá, otro mensaje implícito en la cita: sin los medios básicos de subsistencia, no puede haber razones para vivir, pues la vida se extingue.
Un estómago vacío se convierte fácilmente en individuo sin razones para vivir, pero con muchísimas para matar. Esperar resignación de todos, incluso de la mayoría, no siempre es posible; mejor dicho, casi siempre es imposible.