Avanzar o moverse forma
parte de la esencia de la humanidad. A mi modo de ver se trata de una
afirmación que no necesita demostración, por tanto se podría considerar axioma,
y en alguna ocasión me he referido a ella.
[No hablo sólo
de lo puramente exterior (viajar, por ejemplo), sino de algo mucho más poderoso
y que tiene que ver con el pensamiento, con la capacidad creativa; con nuestra
esencia, en definitiva] .
De hecho, este
homínido más o menos racional, comenzó siendo nómada, vagabundo inquieto en
busca de alimento. Paradójicamente esa inquietud interna le llevó al
sedentarismo, porque le obligó, desde el inicio de los principios, a no
conformarse con el modo de hacer algo y descubrió que podía usar de las
cosas, convertirlas en sus herramientas y esto le producía enorme ventajas. Es
como si en nuestro interior —como individuos y especie—, siguiéramos
manteniendo mucho del espíritu del nómada y al mismo tiempo no pudiésemos dejar
el sedentarismo, es como si en nosotros anidara el eterno ritmo imparable del
universo. Se dice que una célula reproduce —en esencia— la estructura del
universo, quizá también reproduzca su movimiento y, por tanto, llevemos impreso
en las células, tal que un espejo, la esencia del avance, del ritmo, de la
traslación, de la rotación..., en fin, de no permanecer en el mismo lugar por
mucho tiempo.
En ocasiones me
lamento de este constante ritmo, porque a uno le da la impresión que siempre
está siendo superado por los acontecimientos, por los avances; porque intuyo que en este perenne desplazarse
se pierde mucho de lo que otros han aportado. A veces me da la impresión de que
corremos sin más objeto que correr. Las mejoras sustanciales, evidentes y
enriquecedoras en el ámbito de la comunicación, por ejemplo, sin embargo, nos
lastran y nos ciegan con un espejismo que pocas veces reconocemos y
desenmascaramos: nos han convencido de que acaparar datos es saber más. Quizá
sea ésta una de las más perniciosas y sutiles formas de ejercicio de poder. La
batahola ruidosa de la confusión, que se limita a aportar titulares a los
hechos, evitando, por sistema, ahondar en la cuestión.
Es como si en el mecanismo del movimiento de los planetas se intentara
destruir la rotación, como si sólo sirviese la traslación.
Cualquiera sabe que el modo de correr de los velocistas —máxima
velocidad a la máxima potencia—, sólo puede sostenerse en distancias cortas,
como mucho doscientos metros (en el caso de los atletas de élite, porque en el
mío no llegaría ni a los cincuenta, pero éste es otro tema). Acaso
tal característica de nuestro organismo, también se repita en nuestro interior,
por tanto quizá no fuera malo ir un poco más despacio, cargar con menos peso
sobre los hombros, probablemente llegaríamos mucho más lejos.
Aunque, por otra parte, dentro del universo —que nunca se detiene—
hay infinidad de cuerpos cada uno de los cuales gira y se traslada a
velocidades diferentes, y, probablemente, en esa diferencia es donde radique la
esencia de su equilibrio.