De pronto,
como en mal sueño o espejismo, a uno le gustaría refrescar el corazón con la
misma agua con que mitigaba su enfebrecido resuello, ¿hace cuánto? ¿Treinta
años?
Pero
esa agua, como cualquier agua, pasó, refrescó los labios y los latidos de
entonces y siguió su curso… Quizá sea el lecho del río lo que permanezca, quizá
—¿por qué no?— hasta el manadero continúe con su misión. Pero ya no serán mis
labios los que besen la transparencia que allí brota.
Se
fue el agua, continúa el lecho. Proseguí mi paso como el agua, y ahora, acaso
más solo y más cansado, busco otro hontanar, allá donde el murmullo es aún más
tenue, allá donde el silencio es la melodía de los pájaros, allá donde la
palabra, como el agua, brota y, aunque hiera, refresca.