Cómplices

Jueves, 6 de septiembre de 2012


Antes de que la semilla se pudra, germine, arraigue, rasgue la piel del surco, se alce y dé fruto, aún antes, digo, es imprescindible su barbecho: roturar la tierra, abrirla para que las alimañas, la brisa, la lluvia, el calor, el frío, la luz, la noche y el abono la purifiquen, la oreen, la reactiven y la fortalezcan, tal que vuelva a ser útero genésico… La acción quieta del silencio activo.
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Si los políticos usaran rectamente el lenguaje, deberían cambiar su política… o abandonarla.
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Sin tú, la poesía es débil reverbero, ni siquiera eco: tenue sombra en la madrugada, espejo nocturno sin azogue.
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Escuchando a los políticos, parece que vagabundeo por las calles de Venecia durante la penosa resaca del carnaval: sólo queda el esplendor de las máscaras… en ruinas
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Tengo la impresión de que esta época disfruta acabando rápidamente cuanto empieza y, por alcanzar el goce final, prescinde del deleite del camino.
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Quizá conviniera no olvidar que el progreso de la humanidad no ha cesado nunca —ni siquiera ahora—, a pesar de que el avance haya sido a costa de acarrear sobre las espaldas de los más débiles la tara de quienes querían que todo quedara como estaba… como ahora.
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También conviene recordar que, una vez logrado un avance importante para el conjunto de las personas —incluso para las más desfavorecidas de ese conjunto—, quienes más se han aprovechado han sido quienes más denostaron tal mejora.
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Hablando de políticos: ¿No podría catalogarse de perversión que los clientes llevasen el pan al panadero, o que el conductor llevase la herramienta a los talleres?
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Decía Trapiello que los aforismos se entienden mejor en rebaño, como las ovejas; lo malo es que en algunos rebaños (como en éste) sobreabundan aforismos negros.
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No me preguntéis por el sentido del poema, sino por su latido.