Una
semana, ha pasado una semana desde la última entrada en este diario,
como si el tiempo se hubiera esfumado. Sin embargo bien sé que han sido días de
una intensidad muy especial.
He tenido tres
semanas de vacaciones, pero hasta los últimos días, como un fogonazo inusitado,
no apareció la idea en mi interior. Y de pronto, todo cobró la intensidad
propia de aquellos años cuando las horas de mis días —hasta las del sueño—
giraban entorno a un libro que escribía. Sólo importaba su escritura, ni
siquiera importaba su posible (o imposible) publicación.
Hasta hoy he
estado completamente absorbido por una tarea que, en principio, pensé que sería
más rápida. Supuse, o tal fue mi primera interpretación de aquella idea, que
simplemente se trataba de dar un nuevo formato para editar Eterna Luz Sonora, una revisión
más rápida de los poemas y añadirle un prólogo a esta edición.
Pero no fue
así. En cuanto me puse a la tarea, me di cuenta que los textos leídos de José
Ángel Valente habían removido algo en mi interior. Al final se podría decir que
he reescrito el libro, aunque es evidente que se trata del mismo libro. Como
dice una gran amiga que de nuevo ha estado en la génesis de este proyecto,
‘¿Quién me iba a decir a mí, que leer a Valente iba a ser un revulsivo de esta
magnitud?’
Sin duda hay
una razón que podría ser la más importante de todas. Comprobar que hay una zona
en el ser humano —acaso la más trascendente— que está siendo hurtada desde el
principio de la historia por los poderosos que pretenden controlar al ser
humano.
Porque las
religiones, en el fondo, lo único que pretenden es domesticar al individuo en
su faceta espiritual. Lo que simplemente debiera ser un modo de expresión, en
todo caso un amplio cauce donde poder moverse en libertad, se usa como yugo
opresor.
Sin embargo, en
todas las culturas, en casi todas las manifestaciones artísticas y en todas las
épocas, ha habido seres humanos que han plantado cara a las normas, han roto
las cadenas y han caminado con inusitada firmeza hacia el territorio vedado por
cualquier jerarquía que sólo entiende al género humano como rebaño obediente,
temeroso y triscador de pastizales convenientes. Muchos, sin embargo,
emprendieron su propio viaje personal camino del encuentro con el Amor. Esa, en
resumen es su aventura, y se trata (aunque se entienda malamente) de una
aventura peligrosa, con más dificultades de las que pareciera.
La nómina de
estos seres humanos es más o menos amplia, y en esa nómina desde hace diez
años, incluyo a Juan Sebastián Bach.
A la postre el
afán de esa parte del ser humano que llamamos espíritu o alma por encontrarse
con quien da sentido a su existencia, con esa Palabra que se hace eficaz y
creadora, es lo que dota de más libertad al individuo, pues le hace tomar plena
y total conciencia de su esencia indestructible. Por tanto, y dicho de un modo
acaso muy simple, quien ahonda en esa búsqueda, ahonda en la libertad.
Y cuanto más
intensa es esa búsqueda, más intensa es la libertad, porque más intenso es el
amor.