Cómplices

Miércoles, 5 de septiembre de 2012



Una semana, ha pasado una semana desde la última entrada en este diario, como si el tiempo se hubiera esfumado. Sin embargo bien sé que han sido días de una intensidad muy especial.
He tenido tres semanas de vacaciones, pero hasta los últimos días, como un fogonazo inusitado, no apareció la idea en mi interior. Y de pronto, todo cobró la intensidad propia de aquellos años cuando las horas de mis días —hasta las del sueño— giraban entorno a un libro que escribía. Sólo importaba su escritura, ni siquiera importaba su posible (o imposible) publicación.
Hasta hoy he estado completamente absorbido por una tarea que, en principio, pensé que sería más rápida. Supuse, o tal fue mi primera interpretación de aquella idea, que simplemente se trataba de dar un nuevo formato para editar Eterna Luz Sonora, una revisión más rápida de los poemas y añadirle un prólogo a esta edición.
Pero no fue así. En cuanto me puse a la tarea, me di cuenta que los textos leídos de José Ángel Valente habían removido algo en mi interior. Al final se podría decir que he reescrito el libro, aunque es evidente que se trata del mismo libro. Como dice una gran amiga que de nuevo ha estado en la génesis de este proyecto, ‘¿Quién me iba a decir a mí, que leer a Valente iba a ser un revulsivo de esta magnitud?’
Sin duda hay una razón que podría ser la más importante de todas. Comprobar que hay una zona en el ser humano —acaso la más trascendente— que está siendo hurtada desde el principio de la historia por los poderosos que pretenden controlar al ser humano.
Porque las religiones, en el fondo, lo único que pretenden es domesticar al individuo en su faceta espiritual. Lo que simplemente debiera ser un modo de expresión, en todo caso un amplio cauce donde poder moverse en libertad, se usa como yugo opresor.
Sin embargo, en todas las culturas, en casi todas las manifestaciones artísticas y en todas las épocas, ha habido seres humanos que han plantado cara a las normas, han roto las cadenas y han caminado con inusitada firmeza hacia el territorio vedado por cualquier jerarquía que sólo entiende al género humano como rebaño obediente, temeroso y triscador de pastizales convenientes. Muchos, sin embargo, emprendieron su propio viaje personal camino del encuentro con el Amor. Esa, en resumen es su aventura, y se trata (aunque se entienda malamente) de una aventura peligrosa, con más dificultades de las que pareciera.
La nómina de estos seres humanos es más o menos amplia, y en esa nómina desde hace diez años, incluyo a Juan Sebastián Bach. 
A la postre el afán de esa parte del ser humano que llamamos espíritu o alma por encontrarse con quien da sentido a su existencia, con esa Palabra que se hace eficaz y creadora, es lo que dota de más libertad al individuo, pues le hace tomar plena y total conciencia de su esencia indestructible. Por tanto, y dicho de un modo acaso muy simple, quien ahonda en esa búsqueda, ahonda en la libertad.
Y cuanto más intensa es esa búsqueda, más intensa es la libertad, porque más intenso es el amor.