Cómplices

Sábado, 8 de septiembre de 2012


Intuyo que cuando pienso en el pasado como si casi siempre hubiera sido un tiempo mejor, es porque no fue mi presente. Me refiero a esos tiempos o a esos lugares ajenos a mi biografía tanto por calendario como por atlas. Del mismo modo, si recuerdo con cariño lo que una vez fue mi presente, acaso sea porque lo haya desembarazado de sus adyacentes: las dudas que me inquietaban, la batahola de confusión y ruidos que me rodeaba, los miedos que me paralizaban, el vértigo ante la comisión de un posible error, los nervios ante la inmediatez del cumplimiento de una exigencia, el propio dolor intenso de la herida que apenas comienza a barbotar…
En esencia exactamente lo mismo que hoy me sucede. Incluso al rememorar situaciones que viví como algo muy doloroso, suelo hacerlo con cierta piedad, y no es extraño que al fondo de esa remembranza me haga una pregunta: ‘¿Cómo sufrí de tal manera, si tampoco fue para tanto?’ Pero sufría, y, un par de veces o tres, dolió vivir hasta la extenuación o hasta el desgarro. Sin embargo si escarbo en la memoria —ese terreno sepultado por el tiempo— e intento rescatar, tal que un arqueólogo, las circunstancias que convivieron con tanto dolor, aflora, también, la misma sensación incómoda. Ya no duele, pero la presencia de la cicatriz se explica con nitidez. Había motivos para ese costurón en el ánimo, porque hasta mi inexperiencia o mi debilidad aclaran alguna desmesura en semejante sentimiento, que parece tan nimio contemplado en lontananza.
Otros tiempos u otras situaciones ajenos a mí (por almanaque, por geografía), también anduvieron repletas de la misma intensidad, la misma confusión, el mismo vértigo, la misma falta de perspectiva…, en fin, las mismas circunstancias por las que este presente se hace, tantas veces, un tiempo acerbo, hosco, estresante, antipático, doloroso… Convendría no olvidarlo nunca a la hora de juzgar o entender otros tiempos.
Hoy será pasado a partir de mañana. Es probable que empiece a ser un territorio más amable, o, como mínimo, menos confuso. Pero también será una fotografía desvaída que se llenará de tonos sepias, zonas que irán perdiendo la intensidad de los colores, hasta agrisarse en un difumino que entregará su perfil al olvido más absoluto.