A veces nos da por fabular
sobre historias que luego desechamos en su estado más incipiente por ser poco
verosímiles, porque —pensamos— a los ojos del lector parecerán detritus
mentales, o, como se decía hace años, ‘historias de Antoñita la Fantástica’.
Poco más.
La
realidad, sin embargo, viene a menudo —casi a diario— a colocarnos en nuestro
sitio, porque después de asomarse a la prensa cotidiana parece que cualquiera
de nuestras ocurrencias son apenas leves acercamientos de lo que en verdad
sucede cotidianamente.
Uno
se pone a pensar en hechos que han ocupado diferentes medios de comunicación,
por ejemplo en la última semana, por ejemplo ayer mismo —y no me refiero a
sucesos rebuscados en pequeños sueltos casi ocultos en páginas interiores de un
periódico de difusión mínima o distribución clandestina— y se da cuenta de que
la realidad (o eso que llamamos realidad) es un semillero inagotable de
posibles historias.
Por
poco que se mire el amplio muestrario que la actualidad repone a diario, los
argumentos de ciencia ficción, thriller político y terror son los que más
variedad y cantidad de tramas, personajes y localizaciones aportan a la
supuesta imaginación del escritor.
Pero
hay una gran diferencia entre la propuesta del escritor, y la contundencia de
la existencia: después del punto que cierra la historia, no prosigue el
sufrimiento, en caso de que lo hubiera; sin embargo, en la vida real, después
de que los periodistas dan por finalizada su tarea de contar al resto de la
sociedad lo sucedido, el dolor continúa su tarea impasible, incansable,
demoledora.
Y
al mismo tiempo, y en otro lugar, sucede lo contrario: suceden alegría,
celebración y reencuentro. Algo que no será noticia, ni siquiera una vaga
referencia escondida en algún medio de comunicación. Y ni siquiera al escritor
se le ocurre montar una historia edificada con tales materiales, salvo que
incluya dosis de cierta melancolía o cierto sufrimiento, aunque sea
retrospectivo. Pues de lo contrario se le acusaría sin más, de empalagoso,
soñador, irreal (también irreal por esto).
Todo
está en la vida.
No hace falta viajar a
recónditos lugares para encontrar los crímenes más abominables e inexplicables,
los sufrimientos más insondables, las conspiraciones por conseguir más dinero y
más poder, las alegrías menos perecederas, las historias de amor más conmovedoras
(aunque sus intérpretes no sean ni los más jóvenes, ni los más atractivos, ni
los más glamorosos).
Nosotros mismos somos
la geografía inextricable de inagotables viajes, de rutas que abrirán el camino
hacia territorios aún por descubrir.
En
el fondo, quizá por todo ello es por lo que uno lee y escribe: porque así
emprende los viajes más apasionantes y fascinadores. Ni punto de comparación
con lo que pueda proponer cualquier agencia dedicada a estos menesteres, por
muy exclusiva que sea.