Cómplices

Jueves, 11 de octubre de 2012


Apenas habrá dudas sobre el itinerario de cualquier criatura humana. Podrán establecerse diferencias durante el paréntesis que llamamos vida, pero el resto de la frase es idéntica en cada caso.
Sin embargo, un número no desdeñable de estas criaturas, sólo parecen tener un afán a lo largo de su paréntesis: enriquecerse tal que fueran dueños de la eternidad, tal que el signo de cierre de su inciso vital no fuera a ser trazado nunca, en ninguna parte.
Tales afanes, en sí mismos, no son perversos: allá cada uno con el modo en que dilapida su escaso tiempo. El problema es que esa incesante actividad no es inocua, ni aséptica: que alguien se enriquezca hasta lo obsceno siempre supone que otros han sufrido o sufrirán carencias de tales proporciones que llegan a convertir su paréntesis en un suspiro por lo breve, y en un infierno por la intensidad del dolor.
La riqueza ni se crea ni se destruye, cambia de bolsillo.
Al menos podrían tener la precaución de evitar que la miseria avance como está avanzando, aunque sólo fuera para evitar que su desembocadura les llegue abruptamente.
El día en que empiecen a suceder cosas, escucharemos cómo se rasgan las vestiduras, cómo rechinan sus dientes, cómo resuenan los gritos clamando por la inviolabilidad de la vida; pero, a pesar de que están blindando sus crímenes con leyes durísimas (porque además de la riqueza, o por ello, atesoran el poder y legislan a su conveniencia), no va haber ley que les ampare, porque a muchos les va a dar igual lo que les suceda, total, no tendrán nada que perder, salvo algunos días de estancia en el infierno.