Cómplices

Viernes, 12 de octubre de 2012



El verdadero coraje es el del joven desnudo, corriendo de frente hacia el pelotón de policías, perfectamente uniformados, protegidos y pertrechados, dispuestos, incluso a golpear si fuera preciso a quien, inerme y decidido, avanza hacia ellos, hacia sus porras ya preparadas para cumplir con su misión.
Pero más allá del coraje individual, en este acto —no sé si meditado, o fruto de un momento de arrebatada inspiración— grita una metáfora que explica la situación en que nos encontramos ahora mismo en buena parte de Europa, esa parte de Europa más pobre, menos cuadriculada, más individualista, menos egoísta: avanzamos desprotegidos, desarmados, solos, despojados, hacia una organización que no se detendrá ante nuestra desnudez, y que no dudará en quitarnos de en medio a pesar de resultar inofensivos.
El sistema está organizado para cumplir unos determinados propósitos. Cuando estos se alcanzan sin mayores problemas, parece que la fiera es un ser pacífico, incapaz de hacer daño a nadie. Pero cuando algo se tuerce desde su perspectiva omnívora y cruel, el individuo comienza a verse amenazado. Es entonces cuando se da cuenta de la catadura moral de las manos a quienes entregó su integridad, su seguridad, su educación, su salud, su justicia… Es entonces cuando comprende que nada de ello es así, que todo se ha pervertido, que el verdadero núcleo del sistema no son las hermosas palabras, sino la eficacia y eficiencia productiva.
Es entonces cuando se comprende con total nitidez que aquel que inocentemente creímos padre, en realidad es un brutal padrastro a quien le importa un huevo y parte de la yema del otro el sufrimiento de sus hijos, pues, a la postre, sólo somos sus hijastros que, en realidad, estamos más cerca de la condición de siervos que de la condición filial.
(El exabrupto, en este caso, es innegociable).