Cómplices

Lunes, 26 de noviembre de 2012


Quizá no debería, pero de vez en cuando releo algo de las páginas escritas  más atrás. Lo hago a salto de mata, sin atención excesiva. Quito o pongo una coma, subrayo, tacho, le cambio el color a los textos, como intentando usar un código que me sirva en un futuro. No sé para qué. Lo hago, simplemente.
Amando, en el fondo quizá fuera mucho mejor escribir estas páginas a mano, y como dice Ignacio Sanz que hace Luis Javier Moreno en sus cuadernos, dejar huellas ‘físicas’ de los recuerdos que van quedando aquí: un billete de bus o de avión, una entrada a un museo, a un cine, un suelto de un periódico, una postal… Ya, sí, pero ya sabes, soy tan perezoso y es tan cómodo este sistema del ordenador que te otorga tanta flexibilidad, tanta limpieza, tanta comodidad.
Pero no me distraigas que no iba a este tema…
El caso es que en estos repasos descubro un acento desabrido en mi voz durante los últimos meses. Un tono cortante. ¿Habré cambiado? ¿Me están haciendo cambiar?
En esta entrada de hoy debería hablar de la entrevista que me hizo Annie Altamirano (después de hacérsela a Norberto García y antes que Paula Rodríguez) en Radiooasis de Salamanca, o de la ilusión extremada que me produjo conocer la portada de Quizá un martes de otoño, o de las innumerables muestras de cariño que me han llegado desde que circulé su imagen en las redes sociales… Pero que la vida iba en serio —Gil de Biedma dixit— lo experimento a diario en estos tiempos tan duros, tan acerbos como lecho de faquir. Y al final uno saca  ese tono.
La vida, mejor dicho, quienes nos la pretenden dirigir, arroja día sí y día también noticias en forma de decisiones que a uno no le queda más remedio que tomar como ataques directos. Y el ser humano —aunque huya de la violencia— tiende a defenderse de las agresiones.
Nuestros gobernantes se han empeñado —llevan un año haciéndolo— en despojar a los ciudadanos de aquello más necesario, más básico.
Sé que, comparados con los problemas de otras latitudes, estos hachazos (¿por qué se empeñan en llamarlos recortes, cuando son hachazos en toda regla?) son apenas nada, arañazos contra amputaciones. Lo sé. Pero la falta de sensibilidad, la ausencia de la más mínima humanidad, la descarada y repugnante alianza con el capital en contra del ser humano, llega a cotas insultantes y por las que no puedo transigir, sin, al menos, dejarlo escrito —aunque soy consciente de la inutilidad de mis palabras, apenas un susurro sin reverbero—.
[Aclaro que el tema del que hablaré no afecta a nadie que conozca personalmente, o al menos no soy consciente de que algún conocido mío esté entre los damnificados por esta medida.]
Uno de estos días me he desayunado con otra de esas noticias que son suficientes para indigestar jornadas completas. La entrevista que hemos escuchado esta tarde durante la desconexión regional del programa La Ventana de la Cadena Ser, me ha puesto en el disparadero.
Para los próximos presupuestos generales del Estado, el Gobierno ha decidido eliminar la ayuda que destinaba a mantener el servicio de teleasistencia domiciliaria. Según se explicaba en las noticias, dicha ayuda ascendía a treinta millones de euros y cubría a unas doscientas cincuenta mil personas ancianas o con problemas de ciertas discapacidades. Ahora otras administraciones —o los propios usuarios— tendrán que hacer frente a ese tajazo ordenado por los políticos que en esta legislatura gestionan la Administración del Estado. (Y esta última frase, no es rimbombante o burocrática, sino una explicación de cómo unos individuos que llevan a gala la protección de los pensionistas y de la tercera edad, aprovechándose del bien común, cercenan lo más básico de la calidad de vida cotidiana, la que afecta a la mayoría; hoy ha tocado a nuestros mayores, otro día a la sanidad, o a la educación…).
Cuando sobre un presupuesto de miles de millones de euros se retiran treinta millones que sirven para dar cobijo y cierta tranquilidad a este grupo de personas y a sus familiares más directos, se demuestra la categoría humana, moral y ética de quienes nos gobiernan. Se demuestra dónde tienen la sensibilidad. Se demuestra su más cruel y dañina hipocresía.
Y eso por no hablar de la temeridad económica y política, del error de bulto sólo atribuible a un debutante en estas lides, que supone una medida así. Porque en este caso se está obligando a desbordar las previsiones en otras partidas que crecerán, sí o sí…
No quiero pensar que detrás de estos treinta millones de aparente ahorro esté la puesta en el mercado de la teleasistencia domiciliaria, para que alguna empresa privada venga a ocupar el lugar de la Cruz Roja u otras organizaciones que cumplen con esta tarea.
La casta de estos gobernantes se demuestra día a día, pero día a día se demuestra también que podrán seguir impunemente con sus medidas antihumanas. A las pruebas me remito. Y sostengo que son antihumanas porque afectan a los más débiles, a los más desprotegidos, a quienes menos pueden. Nos siguen empujando hacia el caos de la selva neoliberal, allá donde sólo vivirán nadando en la abundancia quienes ya gozan de todo y de más. Cualquier estudiante medio de Económicas, sabe que este tipo de decisiones no son economía, son pura aplicación de una ideología determinada: la más inhumana de las que hoy sobreviven en el espectro político, sin embargo, la preferida por la mayoría.
He escrito en alguna ocasión que, en realidad, parece que su deseo para acabar con la crisis es concluir con la vida de quienes no ocupan un puesto en la cadena productiva, ni siquiera como consumidores.
Quien teniendo la responsabilidad que otorga la confianza popular, no se preocupa por el bienestar del más débil, no merecería ostentar el nombre de político, puesto que son simples correveidiles, lameculos y abrazafarolas, pura bazofia cuyo único afán es servir a su verdadero señor: el dueño del parné que es el verdadero dueño del cortijo.