Cómplices

Martes, 27 de noviembre de 2012


Hoy lo obvio sería hablar de la nieve y del frío. La nieve que, por el momento, se ha asomado tímida a la ciudad, como cuando un lector se acerca a un libro y hojea el índice y, si acaso, las primeras páginas. Parece que mañana hará acto de presencia con más solvencia y acompañada además, por su invisible equipaje de frío.
También sería fácil hablar del taller de reparaciones dentales del que he llegado hace un par de horas, del efecto de la anestesia que aún me tiene acartonada la zona inferior izquierda de la boca, del olor a carne chamuscada que durante unos instantes me ha llegado mientras el dentista trabajaba en la endodoncia, de la conversación sobre libros —de papel y electrónicos—, de escritores que he tenido con el dentista y que uno no ha empezado.
Pero debo hablar de lo más oculto y, al mismo tiempo, lo más hermoso del día: tus ojos al ver los primeros copos, como mariposas confusas, aleteando al otro lado de la ventana. Otra vez he contemplado esa mirada que hace tanto tiempo no veía. Ese brillo que nos iluminaba en la infancia, cuando las primeras nieves anunciaban la proximidad de un tiempo especial, cuando la Navidad tenía que ver con los sentimientos y no con el monedero y el estómago.
Quizá en esto consistan los pequeños milagros de esta hora que nos toca arrostrar: procurar estar para que esos instantes se almacenen en el corazón, para que en otros momentos sean un verdadero salvavidas eficaz e inexorable, cuando lleguen esos días o esas horas en que la melancolía se parezca en exceso a una ciénaga de arenas movedizas que amenaza con engullirme sin misericordia.
Esta tarde he podido estar. Estaba. La luz próxima al ocaso, que instantes antes era como de nácar o marfil, se ha vestido apresuradamente con un abrigo denso y oscuro. He intuido que quizá comenzasen a caer los primeros copos. He deseado que fuera así para que te asomaras a la ventana, tras el cristal. Así ha sido. Y algo por dentro, un rescoldo que nunca se apaga del todo —por suerte— ha reavivado su intensidad.
Cuando he regresado a la calle, para pasear bajo la nieve, sin paraguas, llevaba, como bufanda para mi ánimo, el recuerdo de ese fugaz instante en que has contemplando el inicio de la primera nevada de esta temporada…