Hoy lo obvio sería
hablar de la nieve y del frío. La nieve que, por el momento, se ha asomado tímida
a la ciudad, como cuando un lector se acerca a un libro y hojea el índice y, si
acaso, las primeras páginas. Parece que mañana hará acto de presencia con más
solvencia y acompañada además, por su invisible equipaje de frío.
También sería
fácil hablar del taller de reparaciones dentales del que he llegado hace un
par de horas, del efecto de la anestesia que aún me tiene acartonada la zona
inferior izquierda de la boca, del olor a carne chamuscada que durante unos
instantes me ha llegado mientras el dentista trabajaba en la endodoncia, de la
conversación sobre libros —de papel y electrónicos—, de escritores que he
tenido con el dentista y que uno no ha empezado.
Pero debo hablar de lo más oculto y, al mismo tiempo, lo más
hermoso del día: tus ojos al ver los primeros copos, como mariposas
confusas, aleteando al otro lado de la ventana. Otra vez he contemplado esa
mirada que hace tanto tiempo no veía. Ese brillo que nos iluminaba en la
infancia, cuando las primeras nieves anunciaban la proximidad de un tiempo
especial, cuando la Navidad tenía que ver con los sentimientos y no con el
monedero y el estómago.
Quizá en esto
consistan los pequeños milagros de esta hora que nos toca arrostrar:
procurar estar para que esos instantes se almacenen en el corazón,
para que en otros momentos sean un verdadero salvavidas eficaz e inexorable, cuando
lleguen esos días o esas horas en que la melancolía se parezca en exceso a una
ciénaga de arenas movedizas que amenaza con engullirme sin misericordia.
Esta tarde he
podido estar. Estaba. La luz próxima al ocaso, que instantes antes era como de
nácar o marfil, se ha vestido apresuradamente con un abrigo denso y oscuro. He intuido
que quizá comenzasen a caer los primeros copos. He deseado que fuera así para
que te asomaras a la ventana, tras el cristal. Así ha sido. Y algo por dentro,
un rescoldo que nunca se apaga del todo —por suerte— ha reavivado su
intensidad.
Cuando he regresado
a la calle, para pasear bajo la nieve, sin paraguas, llevaba, como bufanda para
mi ánimo, el recuerdo de ese fugaz instante en que has contemplando el inicio
de la primera nevada de esta temporada…