Cómplices

Miércoles, 21 de noviembre de 2012


Vengo de confirmar, una vez más, como tantas veces, que el verdadero padre de la palabra es la escucha. El silencio activo y abierto como la tierra que acoge la lluvia y se convierte en nevero.
He llegado hace tres horas de la presentación de la sexta entrega del diario de Luis Javier Moreno Cuaderno de St. Louis se titula éste que como algunos más de esta serie (no todos) ha editado la Caja de Ahorros de Segovia.
[¿Será quizá el último libro que edite la Caja? Si un tuviera que apostar, apostaría doble contra sencillo que, efectivamente, este volumen será el canto de cisne; pero soy muy mal pronosticador. Y si hubiera que hacer caso de las palabras de Rafael Encinas (y mucho más del gesto, del tono de voz, de la mirada) tendría que aliarme con el optimismo deseado por Luis Javier; pero sé que hablamos de esta entidad financiera, cuyo aspecto es más bien cadavérico, exangüe, tras la gestión canallesca de unos cuantos megalómanos avaros, cuya codicia desmesurada quizá pudiera ser delictiva.]
Luis Javier, como siempre, ha estado sencillo, natural, espontáneo, quitándose toda la importancia que puede, restándose, cuando, sin ir más lejos, este fin de semana El Norte de Castilla le ha dedicado parte sustancial de su suplemento cultural que cada semana acompaña al diario sabatino.
La referencia al silencio como maestro del arte de la conversación, puesto que la esencia del diálogo es la escucha y esta sólo puede lograrse con silencio, la ha hecho Paco Otero mientras hacía el primer comentario del diario.
Luis Javier podría encuadrarse —desde esta perspectiva— en un discípulo aventajado del arte de la palabra, pues mucho calla, se prodiga lo justo y huye siempre del protagonismo.
Y uno vuelve a quedar confirmado en la idea que le persigue desde  hace algún tiempo. Disciplina y claridad de ideas. Poner prioridad a las cosas y, actuar en consecuencia. Si la tarea es la escritura, lo mejor es hacerlo alejándome lo suficiente del exceso de ruido, procurar conseguir la suficiente perspectiva, con la dedicación silenciosa a la tarea que, por otro lado, no se detiene.
Como sucede con Luis Javier —o con otros—. Si este tomo aparece doce años y cinco meses después de los hechos que allí estén rememorados, justo un año antes en que para mí Luis Javier Moreno empezó más que un nombre, justo un año antes de que ganara la primera edción del Gil de Biedma con El final de la contemplación, no es por una intención literaria, no es que haya disfrazado de diario unas memorias recién escritas, simplemente es que nadie se atreve a editar este tipo de obras. Es un riesgo que nadie quiere correr.
A Luis Javier tal minucia no le importa. Él sigue escribiendo, sigue anotando en sus cuadernos lo que va sucediendo o lo que va pensando al hilo de algo vivido.
Como ha dicho, siempre, es más satisfactorio escribir que publicar. La vida es aquello que sucede mientras nosotros pensamos qué es lo que podemos hacer. Luis Javier no pierde el tiempo, la va anotando para que dentro de doce años alguno pueda recordar lo que hoy, ya está a punto de ser olvido.