Cómplices

Viernes, 16 de noviembre de 2012


Más allá de otras circunstancias (ajenas y propias), el día en que se entrega el Premio Gil de Biedma de Poesía de la Diputación Provincial de Segovia, es especial para mí. Se trata de un día casi festivo, porque al final es la celebración de la palabra, del verso. Aunque, como suceda este año —en realidad sucede casi siempre— los versos galardonados se tiñan de malestar, melancolía y preocupación.
Y quizá debiera hablar de ello, de Javier Lorenzo Candel, de Marcos García Rey, de las conversaciones breves y agradables, de la delicadeza de las dedicatorias de sus libros.
Pero algo me duele hoy por dentro. Como ayer. Me temo que como mañana. Me empieza a sacudir el vértigo de la proximidad al precipicio. Esa concatenación de intuiciones que van tomando cuerpo en forma de cadáveres o de sufrimiento.
Y aquí estoy, sintiendo —sin metáforas— un nudo en el plexo solar porque llegan noticias de Israel y Palestina que habrían de encender nuevamente las alarmas. Porque nuestros supuestos legisladores legislan con las dioptrías de los banqueros, y no con las pupilas de los ciudadanos. Porque morir cada vez es más fácil, y más barato.
Y sé que me repito.
Y sé que me diréis —como ayer, como tantas veces— que me abra a la esperanza.
Y miro otra vez a mi vera, a esa piel que es mi piel fuera de mí, pero está tan próxima, y miro a quienes son carne de mi carne, y escucho a quienes tanto me quieren y me aprecian. Y sé que ahí está ese amanecer, ese mañana, ese indescriptible momento en que la vida cobra todo su sentido, el más pleno, quizá el único posible.
Pero cómo ser ajeno al vendaval de muerte, dolor, sufrimiento y miedo que llaga tantas vidas las de aquí, las de allí. Pero cómo ser ajeno a la mirada de mis hijas, o a esas estrecheces de algunos conocidos con rostro inconfundible, con nombre y apellidos, con afanes y sueños truncados a causa de la avaricia de quienes quedarán impunes, nunca pagarán sus tropelías, sus latrocinios consentidos.
Y es verdad que a lo largo de la historia humana ha habido guerras, hambrunas, crisis, dificultades sin cuento. Cadáveres y cadáveres nutriendo las entrañas de la tierra en cualquier tiempo, quizá desde que Caín rompió la cabeza de Abel, por envidia, por celos, por afán de protagonismo, por lo que fuera.
¿Pero formar parte de esa historia —aunque uno sea poco menos que un minúsculo grano de arenisca— justifica o alivia en algo el tormento de este pedacito de tiempo que nos toca vivir? Como mucho explica que, a pesar de todo —filósofos, pensadores, gobernantes, algunos principios religiosos, poesía…— hemos aprendido poco o nada acerca de lo esencial.
Tengo la suerte de ser amado, de ser querido, de ser apreciado, y semejante tesoro es mi mayor riqueza, algo impagable e insustituible por ninguna otra cosa. Quizá por ello, tanto desasosiego, tanto dolor y tanta miseria aún me afectan más: creo que cada ser humano ha nacido para intentar alcanzar la felicidad, tal es su verdadero destino, por tanto, cuanto le desvíe de ese sendero debería quedar aniquilado de inmediato.
Podría refugiarme en mi plácida y cálida habitación, acurrucarme en el regazo de quien me ama, y asomarme al mundo con el convencimiento de que no podré solucionar nada, como así es de hecho.
¿Y entonces…? ¿Y los versos…? ¿Y la mirada desconcertada de mis hijas…? ¿Y el desasosiego que ocupa la vida de tantas personas, incluso conocidas, de rostro y inconfundible, con nombre y apellidos en mi agenda…? ¿Y la sangre que sigue regando Gaza, Jerusalén…? ¿Y el chapoteo de un cadáver que hace un minuto respiraba en una patera…? ¿Y esos ojos hambrientos y mortecinos que desgarran el viento de África…? ¿Y esos caimanes que cuentan billete tras billete sin impunidad…? ¿Y…?
Entonces sólo me queda volver a la palabra esencial, a ese verso que me sirva a veces de justificación, a veces de confirmación, a veces de grito. Y así, con Marcos García Rey, podría decir, por ejemplo:
El metro,
el surtidor de gasolina
y el supermercado me hablan.
El rey se va a cazar elefantes
con el dinero saudí a Botsuana.
El conserje me relata
la última victoria épica del Barça.
(…)
Información sobre información,
intoxicación,
demasiado ruido
Sin embargo con Javier Lorenzo Candel diré, confirmándome en tantas páginas:
Pero yo también sufro
—aligerado de años por vivir—
este dolor del hombre
abriéndose a la duda.
Y espero, sólo espero.