Más allá de otras circunstancias (ajenas y propias), el día en que se entrega el
Premio Gil de Biedma de Poesía de la Diputación Provincial de Segovia, es
especial para mí. Se trata de un día casi festivo, porque al final es la
celebración de la palabra, del verso. Aunque, como suceda este año —en realidad
sucede casi siempre— los versos galardonados se tiñan de malestar, melancolía y
preocupación.
Y quizá debiera hablar de ello, de Javier Lorenzo Candel, de
Marcos García Rey, de las conversaciones breves y agradables, de la delicadeza
de las dedicatorias de sus libros.
Pero algo me duele hoy por dentro. Como ayer. Me temo que como
mañana. Me empieza a sacudir el vértigo de la proximidad al precipicio. Esa
concatenación de intuiciones que van tomando cuerpo en forma de cadáveres o de
sufrimiento.
Y aquí estoy, sintiendo —sin metáforas— un nudo en el plexo solar
porque llegan noticias de Israel y Palestina que habrían de encender nuevamente
las alarmas. Porque nuestros supuestos legisladores legislan con las dioptrías
de los banqueros, y no con las pupilas de los ciudadanos. Porque morir cada vez
es más fácil, y más barato.
Y sé que me repito.
Y sé que me diréis —como ayer, como tantas veces— que me abra a la
esperanza.
Y miro otra vez a mi vera, a esa piel que es mi piel fuera de mí,
pero está tan próxima, y miro a quienes son carne de mi carne, y escucho a
quienes tanto me quieren y me aprecian. Y sé que ahí está ese amanecer, ese
mañana, ese indescriptible momento en que la vida cobra todo su sentido, el más
pleno, quizá el único posible.
Pero cómo ser ajeno al vendaval de muerte, dolor, sufrimiento y miedo
que llaga tantas vidas las de aquí, las de allí. Pero cómo ser ajeno a la
mirada de mis hijas, o a esas estrecheces de algunos conocidos con rostro
inconfundible, con nombre y apellidos, con afanes y sueños truncados a causa de
la avaricia de quienes quedarán impunes, nunca pagarán sus tropelías, sus
latrocinios consentidos.
Y es verdad que a lo largo de la historia humana ha habido
guerras, hambrunas, crisis, dificultades sin cuento. Cadáveres y cadáveres
nutriendo las entrañas de la tierra en cualquier tiempo, quizá desde que Caín
rompió la cabeza de Abel, por envidia, por celos, por afán de protagonismo, por
lo que fuera.
¿Pero formar parte de esa historia —aunque uno sea poco menos que
un minúsculo grano de arenisca— justifica o alivia en algo el tormento de este pedacito
de tiempo que nos toca vivir? Como mucho explica que, a pesar de todo —filósofos,
pensadores, gobernantes, algunos principios religiosos, poesía…— hemos
aprendido poco o nada acerca de lo esencial.
Tengo la suerte de ser amado, de ser querido, de ser apreciado, y
semejante tesoro es mi mayor riqueza, algo impagable e insustituible por
ninguna otra cosa. Quizá por ello, tanto desasosiego, tanto dolor y tanta
miseria aún me afectan más: creo que cada ser humano ha nacido para intentar
alcanzar la felicidad, tal es su verdadero destino, por tanto, cuanto le desvíe
de ese sendero debería quedar aniquilado de inmediato.
Podría refugiarme en mi plácida y cálida habitación, acurrucarme
en el regazo de quien me ama, y asomarme al mundo con el convencimiento de que
no podré solucionar nada, como así es de hecho.
¿Y entonces…? ¿Y los versos…? ¿Y la mirada desconcertada de mis
hijas…? ¿Y el desasosiego que ocupa la vida de tantas personas, incluso
conocidas, de rostro y inconfundible, con nombre y apellidos en mi agenda…? ¿Y
la sangre que sigue regando Gaza, Jerusalén…? ¿Y el chapoteo de un cadáver que
hace un minuto respiraba en una patera…? ¿Y esos ojos hambrientos y mortecinos
que desgarran el viento de África…? ¿Y esos caimanes que cuentan billete tras
billete sin impunidad…? ¿Y…?
Entonces sólo me queda volver a la palabra esencial, a ese verso
que me sirva a veces de justificación, a veces de confirmación, a veces de
grito. Y así, con Marcos García Rey, podría decir, por ejemplo:
El metro,
el surtidor de gasolina
y el supermercado me hablan.
El rey se va a cazar elefantes
con el dinero saudí a Botsuana.
El conserje me relata
la última victoria épica del Barça.
el surtidor de gasolina
y el supermercado me hablan.
El rey se va a cazar elefantes
con el dinero saudí a Botsuana.
El conserje me relata
la última victoria épica del Barça.
(…)
Información
sobre información,
intoxicación,
demasiado ruido
intoxicación,
demasiado ruido
Sin embargo con Javier Lorenzo Candel diré, confirmándome en tantas páginas:
Pero yo también
sufro
—aligerado de años por vivir—
este dolor del hombre
abriéndose a la duda.
Y espero, sólo espero.
—aligerado de años por vivir—
este dolor del hombre
abriéndose a la duda.
Y espero, sólo espero.