El camino está trazado. Conozco
bien la senda. Si no lo recorro no podré achacarlo a nada o a nadie, será sólo
culpa mía. No importa —y bien lo sé— cuánto avance, a dónde llegue. Importa que
no lo abandone, que no me distraiga, que no me parapete en vanas disculpas, en
excusas baladíes.
Es fácil comparar el
ayer con el hoy. Y más sencillo aún, sacar las conclusiones.
Lo demás será una
traición a mí mismo cuyo única consecuencia será este desasosiego que me besa.