Omnia vincit amor.
[Suena la sexta de Mahler en una emisión radiofónica que se cuela
a través de los cascos. No es la sinfonía que más me gusta del austriaco, pero
me sirve para evitar la dispersión que la juerga desbocada de los vecinos de
abajo y la televisión de este salón originan en mi cabeza.]
¿Omnia vincit amor?
Contemplar el mundo y poner en duda el verso de Virgilio es
automático. Muevo la cabeza de un lado a otro, como lo haría al contemplar el
final empalagoso de una mala película. El poeta vivía en un sueño. O en una
utopía. ¿Dónde la victoria del amor cuando la violencia, la destrucción, el
odio, la injusticia, la muerte, la miseria, los abismos, el miedo, la mentira,
la hipocresía, el desprecio… acampan entre nosotros y lo infestan todo? ¿No
eran tan crueles como estos los tiempos en que fueron escritas estas palabras?
[El adagio crece con el típico vigor de Mahler. Pero, a diferencia
de otras sinfonías, no intuyo tanto dolor, ni siquiera tanta melancolía. Quizá sea
uno de sus tiempos lentos más serenos. Evocadores como todos los del vienés, en
este caso, vuela mi imaginación hacia un amanecer en zona
rural, donde la luz del sol, los trinos de los pájaros, las esquilas de las
vacas son como una caricia para el compositor que, acaso, intuya en estas mínimas
señales un anticipo de eternidad].
Sin embargo
algo resuena con vigor al susurrar omnia vincit amor. Todo lo vence el
amor. De hecho muchos han creído que es así y por eso han
luchado con uñas y dientes porque brillara la victoria que Virgilio proclamaba
y han peleado palmo a palmo y día a día con sus armas —tan distintas de las que
destruyen, amputan y aniquilan— porque así sucediera. Es sabido
por todos que unos cuantos de entre los de nuestra especie —los mejores sin
duda— se jugaron el pellejo —y lo perdieron las más de las veces— por intentar
que ese verso fuera algo más que tres palabras nacidas de la pluma de un poeta.
[Al final del
adagio se asoma la tragedia que marca el fondo de toda la sinfonía, por algo se
le conoce con ese nombre. Algo tremendo, inherente a la música de Mahler, le
ocurre. Algo que para él es desmesurado y le mantiene en esa pelea interna
constante. Pero parece que la serenidad vuelve a brillar, como ese cielo azul
que el día de ayer nos regaló. Sí, suena a cielo despejado este lento].
Quizá sea verdad y omnia
vincit amor. Y, sin embargo,
repito, tengo la intuición de que en el fondo, se trata de un horizonte al que
se mira desde lejos, especialmente en estos tiempos aciagos, donde cada día que
amanece, hay un motivo para lastrar el verso, hundirlo hasta el fondo más
abisal de la ciénaga.
Acaso parte de la solución consista en desviar la mirada de la realidad grandilocuente y oficial a
la que nos obligan a asomarnos, buscando lo próximo, esa cotidianidad que tanto
se parece a un intrascendente salto de gorrión desde la calzada hasta el
bordillo de la acera, fuera un camino posible para que ese omnia vincit amor
deje de parecer un mal final de una película de Hollywood. Pero tampoco
termina de ser cierto. También en la andadura próxima y diaria, uno descubre en
el verso un anhelo frustrado demasiadas veces, aunque intente no ser neutral en
la pelea porque el bien, la justicia, la misericordia, la verdad, la entrega,
al fin, se impongan a las artes de la destrucción.
¿Y no será, Amando, que es dentro de ti donde vencen las
sombras, donde la luz pierde su intensidad y abdica de su esencia? ¿No será que el error consiste en buscar fuera lo que tiene que resplandecer
primero dentro?
[¿Por qué tanta pelea en esta sinfonía?
¿Por qué, al final, parece que el cerco del miedo todo lo angustia y lo
oscurece, a pesar de la presencia escondida de una vaga esperanza? Suenan las
campanas (siempre el músico y sus campanas), pero no anuncian la felicidad
absoluta. ¿Qué tormentos y tormentas perseguían al autor? La muerte siempre
resonando en los callejones de su espíritu. Pero nunca nada es definitivo. Todo
se sucede, todo es una eterna rueca que va del dolor a la esperanza, y de esta,
nuevamente, al abismo.
Recuerdo que me acerqué a la música clásica por Mahler. Sin
embargo, pronto otros ocuparon el centro de mis preferencias.
Siempre hay una campana y un arpa que languidecen al fondo, siempre, incluso
cuando el monstruo parece acechar. La rueca de la vida imparable: dolor, angustia, luz, esperanza, miedo, duda, plenitud, batalla...].
¿Omnia vincit amor?