Cómplices

25 de diciembre de 2012.


En el silencio de la casa, acompañado por el silencio de la ciudad que aún se despereza —hoy vestida en marfil y gris—, uno había decidido no escribir nada en este cuaderno inasible.
Había abierto el libro de poemas de Antonio Colinas, en el punto en que lo dejé anoche, cuando los párpados decidieron dimitir de su tarea durante unas horas.
“Llegada del invierno” se titula (casualmente o no) el poema, y pertenece al poemario “Preludios a una noche total”, escrito entre 1967 y 1968.
Arranco la lectura del poema, y me sumerjo en sus versos alejandrinos que invitan a hollar su territorio con calma. Entonces llega un par de versos que me sobrecogen, el octavo y el noveno, y desde ahí en adelante, el poema se pone pie, con dignidad, aunque sin gritos.

Cuando llega el invierno sólo hay nubes ligeras
rosadas por el frío, cuervos en los jardines
y alguna estrella tímida fulge al anochecer
detrás del árbol viejo que carcomió la escarcha.
Pasamos embozados por las últimas calles
para salir al campo y ver la luz más bella
rondar por los mimbrales desnudos, por las tapias
del cementerio en paz. Allí la muerte asciende
por el ciprés y aún veo alguna violeta
sobre las tumbas míseras. Para buscar la calma
aún nos queda la muerte en este atardecer.
Nos perseguía todo el pueblo con sus perros,
con sus esquinas bruscas, con sus campanas lentas.
Bala la oveja, cruje el hielo en el estanque.
Dicen que hoy ha nacido un niño moribundo
y que, en algún lugar, no hay leña, no hay aceite
el corvo candil. Quedo en el campo, poso
la mirada otra vez en el pueblo que humea.
Hace ya unos momentos que la Muerte pasó
como una loba negra a acechar los caminos.
Las nubes rojas cruzan. Estremecido está
el campo y se retuercen de frío las encinas.
Otra noche galopa. Va desde el monte al llano.
Aquí no hay ni una gota de sangre que nos llene
el pecho de vergüenza, ni una lengua que injurie,
ni un corazón que lata de rabia o desconsuelo.
Para buscar la paz aún nos quedan los muertos,
los cipreses, la loma recamada de tumbas.

Y uno de pronto, se da cuenta que cuarenta y cuatro años después que la cosa sigue lo mismo.
O peor, incluso.