Cómplices

Miércoles, 26 de diciembre de 2012


Entre la multitud uno es invisible o, mejor dicho, es indivisible respecto de la muchedumbre que, por otra parte es suma de individuos cuyos latidos y sueños tienen la misma estructura y mucho más valor que el de uno. En mitad de la masa uno pierde los propios contornos, lo que le individualiza, lo que le diferencia.
Y quizá —a pesar de lo que pudiera pensarse— es el camino para que la propia voz se nutra y se armonice con el resto de las voces, para que en el propio desleírse, como sal o azúcar, se enriquezca la polifonía.
El problema, como casi siempre, tiene que ver con la perspectiva. A veces sería mejor arrancarse los ojos y ponerlos sobre la melodía de otros latidos, o sobre el ritmo de otros pasos. Quizá, así, con nuestra mirada puesta en otros anhelos o en otros llantos y mirando con ellos, dejemos el lamento y entonemos el himno, o quizá una elegía envuelta en sangre.
Pero al final, y todo se resume en esto, conviene mirar fuera, o como diría Colinas, sentarse en el centro del bosque a respirar.