Cómplices

Domingo, 9 de diciembre de 2012


Ayer procuré cortar completamente el ritmo. Y creo que hoy domingo continuaré con el mismo método: lectura, paseo, charla…
Obsesionarse no es el mejor modo de lograr nada. Quizá sea la manera de cumplir un expediente, cuando algún tipo de problema parece que lo impide, pero, al final saldrá algo insustancial, puro trámite, puro cumpli(miento), pura rutina…
Buena parte de mi vida se explica desde la rutina, el trámite y la burocracia. Al fin y al cabo uno se gana el sueldo en estos menesteres. Es más, tengo clara conciencia de que sin la denostada rutina, el aburrido trámite y la lenta burocracia, las cosas no funcionarían. A pesar de sus errores, a pesar de que todo es manifiestamente mejorable, sin la aplicación sistemática y general de unos procedimientos, la mayoría de las cosas se estancarían o se solucionarían peor. Y aún así, procuro, hasta donde me es posible, imaginar personas detrás de los papeles que aterrizan, caen o se posan sobre mi mesa.
Pero esta tarea de escribir (la que de verdad me da la vida), no puede ser un trámite administrativo, por mucho que desconfíe de las improvisaciones y de la labor intermitente.
Creo en el trabajo y la disciplina como mejor método para que la llamada inspiración acabe por latir en las esquinas de algunos de los renglones o versos que se me ocurren; pero hay que saber reconocer que sólo el trabajo y la disciplina no consiguen que la emoción revolotee o caliente como un brasero los textos que uno escribe.
Si fuera así, si únicamente trabajo, disciplina y técnica lograran tal milagro, cualquiera podría dedicarse a esta labor. Y no pretendo decir que cualquiera no lo pueda hacer —en el fondo creo que la mayoría lo haría mejor que yo—, sino que cualquiera que lo pretenda hacer, si no consigue que estalle ese chispazo en algún momento de la tarea o del proceso, no logrará que la magia inunde sus palabras.
Y ante la posibilidad de escribir algo sin alma, como un mecano desarticulado, prefiero el silencio, prefiero seguir alimentándome de otros. Prefiero aprender.
Hay suficientes historias emocionantes, suficientes poemas hermosos, en fin, suficientes textos arrebatadores por cualquier motivo, como para añadir confusión con mi ruido.
Dada la batahola que nos contamina a diario y sin descanso, sin duda el silencio es la mejor elección.